La Vanguardia (1ª edición)

El patinador que quiso con ternura a Ana Frank

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Bernhard Buddy Elias, último pariente de sangre vivo de Ana Frank, fallecido en Basilea a los 89 años, fue primo y compañero de juegos de Ana y presidente del Anne Frank-Fonds, fundación que administra y protege los derechos de los trabajos, cartas y fotos de Ana así como la documentac­ión escrita y gráfica de su familia. Ana fue la prima favorita de Buddy.

Nació el 2 de junio del año 1925 en Frankfurt; su madre Helene, llamada Leni, que se casaría con Erich Elias, era hermana del padre de Ana, Otto Frank. Una fotografía de la familia Frank en un balneario de la Selva Negra en 1900 les muestra exquisitam­ente vestidos. Otto, de temperamen­to templado y mediador, y su futura hija Ana, mostrarían gran parecido, con su rostro estrecho y agudo…

La riqueza de la familia Frank se evaporó a raíz de la guerra. Los negocios fueron mal en la posguerra, había que rescatarlo­s y Otto abrió una sucursal del banco Michael Frank & Hijos en Ámsterdam en 1923, pero a pesar de los esfuerzos de todos los socios implicados, en 1924 el banco fue liquidado. La Gran Depresión, el cierre de la sucursal holandesa y el cierre indefinido de la Bolsa de Frankfurt habían contribuid­o a la quiebra.

Stephan, hijo de Leni y de Erich Elias, puso a su hermanito Bernhard, el segundo, el sobrenombr­e de Buddy, apelativo de un boxeador que conocía. La hermana mayor de Ana, Margot, nació en 1926 y tenía la misma edad que Bernhard pero Ana, cuatro años menor, registrada al nacer con el nombre de Annelies Marie Frank, era la amiga preferida de su primo.

Bernhard recordó un día: “Mi hermano y yo cogimos el cochecito donde iba Ana, echamos a correr y el cochecito volcó. ¡Ana salió volando! No se lo dijimos a nadie y a Ana no le pasó nada”. Más tranquilo fue luego: a Ana y Margot les encantaba que Stephan imitara a Charlie Chaplin.

Los nazis ascendían de forma imparable. Para el medio millón de judíos residentes en Alemania

BERNHARD ‘BUDDY’ ELIAS (1925-2015) Primo de Ana, trabajó con su padre, Otto, para preservar su memoria el futuro era una pesadilla de horror nunca visto. La familia Frank fue alcanzada por la creciente sombra del nazismo en 1931, cuando el dueño de la casa empezó a sentir simpatía hacia los nazis. Se mudaron a un nuevo piso en Ganghofers­trasse, 24. El 23 de marzo, Adolf Hitler se hizo con el poder absoluto. Era el momento de partir. “Mi mundo se hundía (…) me marché para siempre”, recordó Otto.

Estableció su negocio, Opekta, en Ámsterdam, que le fue bien. Vivieron en el barrio del río, donde había vivido Rembrandt. Buddy en cambio –“tiraba de las coletas a las niñas y me regañaban”– siguió a sus padres a Basilea, en Suiza. El niño esperaba las visitas de sus primas a Suiza porque se llevaba muy bien con Ana. Jugaban a disfrazars­e y ser estrellas de cine. Buddy se sorprendió al ver el don de Ana para la escritura. Confesó: “Nunca hubiera soñado que la niña vivaz que nos visitaba en vacaciones tuviese la profundida­d que Ana desarrolló en su exilio”. Y matizó curiosamen­te: “Ana era una niña de ciudad. Nadar y estar en la playa sí, pero no mucho la naturaleza; hasta que tuvo que esconderse: eso la cambió… el árbol en el jardín y el cielo”. Buddy recordaría siempre la vitalidad y la alegre impulsivid­ad de Ana, que haciendo gala de franqueza se interesaba por todo. Luego sólo se comunicarí­an por carta. En mayo de 1942 Ana escri- bió a Buddy para felicitarl­e en su diecisiete cumpleaños. Buddy recordaría: “Fue la última carta que me envió”. Ana recibió como regalo, el 12 de junio, el diario que le daría la fama póstuma que apenas podría haber imaginado.

El 10 de mayo de 1940 Alemania invadió Holanda. El anexo de la oficina de Otto usado como escondrijo se preparó en 1942 y la familia Frank lo compartió con los Van Pels y con Pfeffer. Los escondidos sólo contaban con los generosos y sacrificad­os “ayudantes”, como los llamaba Ana. Se ocultó la entrada al anexo mediante una librería especial que sólo podían mover quienes sabían buscar sus bisagras ocultas, como dice Carol Ann Lee en su Biografía (Plaza & Janés, 1999), cuyo enfoque como escritora emocionó a Buddy por su calor y proximidad. En horas de oficina, en el anexo sólo podían desarrolla­r actividade­s en silencio: leer, escribir, estudiar, jugar a juegos de mesa, hablar en voz baja… Ana pensaba y escribía que tras la guerra podría ser pareja de patinaje de Buddy, cosa que a este siempre le conmovió: “Lloré, sinceramen­te, cuando lo supe”. Buddy, efectivame­nte, daría vueltas al mundo como patinador profesiona­l del espectácul­o Holiday on Ice, además de trabajar como actor.

Buddy, en Suiza, sufría y sentía sin duda la congoja de Ana, que

“Estábamos pasmados, sin poder creer lo que Ana había escrito, había tanta sabiduría y humanidad en el diario”

llegó a escribir un día: “Que llegue el final, aunque sea duro” (Diario, 26/V/1944). Buddy recordó: “Estábamos pasmados, no podía creer lo que Ana había escrito, había tanta sabiduría y humanidad en el diario…”: le reveló, como a Otto, la personalid­ad y la transforma­ción de Ana durante su vida –una vida en transición a la edad adulta y a una rápida madurez– oculta a ojos del mundo y en la que sintió, joven y fuerte, su crecimient­o interior, su fe en la gente. Soñaba en ser un día periodista y escritora: empezó a trabajar en “la casa de atrás”. Era otra persona, una mente pensativa. El 4 de agosto de 1944, el ayudante Victor Kluger entró en el anexo y dijo, desolado, “la Gestapo está aquí”. La traición. Y, al fin, Auschwitz-Birkenau y, luego, Bergen-Belsen. En 1945, Ana murió en Bergen-Belsen, sola. Otto encontró su nombre en la lista de víctimas de la Cruz Roja.

Hasta su muerte, Bernard Elias protegió con denuedo el legado de Ana y, como guardián de su llama inextingui­ble, lo protegió de la explotació­n comercial de su nombre y de su persona.

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PETER DEJONG / AP

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