Matar a la muerte
Imaginemos que es posible. Imaginemos que los cerebros acaban trasplantados en robots y lo único que necesita la memoria individual para ser eterna es acceder a las piezas de recambio. ¿Cómo afectaría eso a las emociones? ¿Seríamos capaces de amar, cuando en el sentimiento va implícita la propia finitud? ¿La sensibilidad no está indefectiblemente ligada a la piel, el cuerpo y su decadencia? ¿Una máquina percibe el dolor? ¿Es casual o no, que una sola letra distinga inmortalidad de inmoralidad?
Pienso en ello mientras, en la librería La Central, Ignacio VidalFolch habla del cuento que ha escrito para el nuevo número de Granta, cuyo editor, Aurelio Major, describe así: “Es un texto de ciencia ficción irónica a partir de una conversación que podría darse en el Círculo Ecuestre del siglo XXV”. Ahora que hay multimillonarios rusos dispuestos a convertirse en robots, y voluntarios también rusos dispuestos a que les trasplanten la cabeza, Ignacio Vidal-Folch se pregunta cómo es posible que el futuro de la condición humana esté en manos de cuatro intrépidos de Silicon Valley, sin que los pensadores más progres tomen partido, resigna- dos a la revolución tecnológica.
Entre el público, están la editora Miriam Tey, la ganadora del Ramon Llull 2011, Nuria Amat, el experto vaticanista Arturo San Agustín, los agentes literarios Bernat Fiol y Mercedes Casanova, Enrique Vila-Matas y Paula Massot, que este verano viajarán en tren bala por China. La catedrática Victoria Cirlot también participa en el número de la revista con un relato sobre el despacho de su padre que lee en voz alta; la puerta siempre estaba abierta y, con la música, se oía el incesante teclear de la Olivetti. Olía a petróleo porque era así como el poeta y crítico Juan Eduar- do Cirlot limpiaba esas espadas –las puntas hacia arriba– con las que le retrató Francesc CatalàRoca.
Luego Major lee a dos voces un texto con Valerie Miles, que entona raro, haciendo el balido de una oveja o, como dice ella, de esa manera tan característica con la que hablaba Silvina O’Campo. El número de Granta se titula Matar el tiempo, que significa evitar el aburrimiento. Si contáramos con la eternidad, el tiempo dejaría de tener sentido. La vida también. Sería como esos productos pirateados que nos salen gratis y transmiten la idea de que han perdido su valor. Lo que le da va- lor a la creación es su trascendencia, y lo que le da valor a la vida es la muerte. Así, creo, lo entiende François Cheng, autor de Cinc meditacions sobre la mort (L’Art de la Memòria/Siruela).
El libro se presenta en la Casa Asia, en una sala del antiguo hospital Sant Pau con vistas y un busto del poeta bengalí Tagore, al que le han recortado la barba. Tras una intervención de Rafael Bueno y la editora Maite Muns, la traductora Glòria Rosset cuenta las dificultades que tuvo ante esta obra, ya que el canon es más difícil de encontrar en lengua catalana. Quienes hayan leído El libro del Tao, por ejemplo, lo habrán hecho en castellano. En las citas intertextuales debía elegir una versión: ¿el Rilke de Feliu Formosa y Joan Margarit, o el de Joan Vinyoli? El fragmento de Proust que aparece suena a mallorquín, porque la única versión disponible es la del manacorí Vidal Alcover.
La poeta Dolors Miquel cuenta la impresión que Cheng se llevó al llegar a Francia desde China y descubrió una sociedad nihilista aterrorizada por la muerte, cuando la muerte no es el final ni el abismo, sino la culminación de la propia vida. Primero mataron a Dios y ahora pretenden matar a la muerte; es una manera de hacer gratuita la vida. Al finalizar el acto, Bueno recuerda que se han prohibido los striptease en los funerales chinos, organizados para atraer al público. En la librería Altaïr no hay estriptease, pero sí mucho público. “No puedes desnudar al mundo si no te desnudas a ti mismo”, dice el periodista Plàcid Garcia-Planas. Y eso es lo que ha hecho Alfonso Armada en el libro Sarajevo, publicado por Malpaso. Las fotografías son de Gervasio Sánchez que, en la presentación, se lamenta de que algunos diarios paguen “barbaridades a los que no tienen nada que contar y miserias a los cronistas que se juegan la vida para informar”. Él lleva 31 años sin cobrar una paga extra porque es freelance a mucha honra.
La que fuera corresponsal de RTVE, Rosa Maria Calaf, se ale-
Aurelio Major y Valerie Miles presentan el número dos de la revista ‘Granta, Matar el tiempo’
gra de poder mirar a sus compañeros a los ojos, y no a través de las pantallas.
Todos estuvieron en guerras entre personas, que ahora quieren sustituir por drones programados para matar. Esos drones tendrían el cerebro equivalente al de un niño de tres años. ¿Pondríamos la decisión más trascendente de la humanidad en una máquina?
Como en un ciclo de eterno retorno, llega Ignacio Vidal-Folch. Los finales felices no existen, los finales cerrados tampoco. Sólo existen los finales editados.