La Vanguardia (1ª edición)

Un hombre agoniza

Berna González Harbour presenta hoy en Barcelona la novela inspirada en un camionero que encontró moribundo

- XAVI AYÉN Madrid

Carmen, una economista en paro, revive un accidente de carretera del que fue único testigo hace veintidós años. Esta exdirectiv­a de un banco es la protagonis­ta de Los ciervos llegan sin avisar (RBA), la nueva novela negra de Berna González Harbour (Santander, 1965), que hoy presenta en la librería barcelones­a Negra y Criminal (13 horas). Su narradora deberá afrontar dos infiernos: el económico y el doméstico. Se ha quedado en paro, se acaba de divorciar y el mes que viene ya no podrá pagar la hipoteca de su pisazo en el centro de Madrid. Mientras su autoestima se desmorona, decide lanzarse hacia un fantasma del pasado. Invierte el poco dinero que le queda en resolver un enigma: ¿aquello que presenció en su día fue un accidente mortal o un crimen? “No puede olvidar la imagen de un camionero moribundo en la carretera, al que dejó porque tenía prisa, por no meterse en líos, y el remordimie­nto le persigue”.

La novela –que no forma parte de la serie de la comisaria Ruiz– prueba otro tono de la autora, que buscaba “un personaje más humano, sin todos los instrument­os que una policía tiene a su alrededor, una ciudadana normal”.

Lo curioso es que ese accidente “fue algo que me ocurrió a mí -confiesa González Harbour-, yo vi esos estertores”, una experienci­a que ha salido al exterior solamente ahora. “Volvía del norte a Madrid, un sábado, sola por la carretera, y vi a un camionero tirado, el pobre hombre se estaba muriendo, tenía un aspecto robusto, de buena gente, tan joven... No podía hacer nada, le hablé y le acaricié. Llegó la ambulancia y me fui. Siempre me quedé con las ganas de saber quién era ese chaval y ahora me he inventado su historia. ¿Qué personas le esperaban? ¿Habrían querido saber que alguien le habló en sus últimos momentos?”. “Los médicos me dicen que esos estertores son la muerte segura”, afirma.

La España de la crisis, donde los cafés sustituyen a las cañas, las deudas dejan de pagarse y los personajes deben acostumbra­rse a vivir con menos dinero, es el telón de fondo.

“Eso es muy propio del género. La atmósfera es más importante que la trama, y quería situarla en esa España que ha perdido las certezas”. En un mundo laboral enfermizo, donde los jefes no quedan muy bien parados, “y eso que yo soy jefa –ríe–, todos somos un poco víctimas y un poco culpables”. González Harbour es responsabl­e del suplemento Babelia en el diario El País

También hay sórdidos moteles de carretera. “Es algo muy común en las rutas españolas, la cantidad de prostituta­s explotadas en los pueblos, que hacen la limpieza a la vez que se prostituye­n”. Carreteras pobladas por la señal de tráfico que alerta sobre la presencia de ciervos, “que llegan sin avisar, como la muerte y como el amor”, ya que incluso en el ambiente más hostil puede brotar una historia romántica. Los elementos de terror, los personajes trastocado­s, provienen de la jungla urbana y de un universo rural inquietant­e, una España que da miedo, “unos pueblos donde se mira con recelo al extraño, donde hay disputas por las lindes, las cosas se arreglan hablando con el concejal de toda la vida, y los niños de papá juegan con la escopeta. Un mundo en el que la cordura es un privilegio más”. A pesar de todo, en esta novela con monstruo, los personajes hacen la colada y se fatigan.

La escritora de novela negra sitúa la trama del libro en “una España que ha perdido las certezas”

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EMILIA GUTIÉRREZ Berna González Harbour, fotografia­da en Madrid

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