La Vanguardia (1ª edición)

Más vulnerable­s

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Pensaban que ya estaba, no? ¿Pensaban que ya habíamos tenido bastante, verdad? Pues no. Esta semana, Helge Berger, jefe de la misión del FMI en Madrid, ha señalado que la economía española debería aumentar el copago en la sanidad y en la educación; debería subir el IVA en los productos básicos y debería rebajar la indemnizac­ión por despido. Recomendac­iones que hacen suyas el Banco de España, con la boca pequeña, y algún que otro banquero que se pronunció ayer en el mismo sentido.

Imagínense ustedes al Gobierno de Mariano Rajoy, que tiene como gran estrategia aguardar a que la recuperaci­ón “se asiente” para convocar elecciones y al que le hubiera ido la mar de bien un par de medallas y una frase tipo “ha llegado la hora de recoger los frutos del ajuste...”. En cambio los “hombres de negro” le sugieren que recorte el gasto social. Pensarán que Berger acaba de apearse de una nave espacial procedente de Marte. Que quizás nadie le ha contado que los recortes en la sanidad y la epidemia del desempleo han sido lo que ha alimentado el ascenso de partidos como Podemos...

Pero no. Berger es perfectame­nte consciente de lo que acaba de proponer. En el FMI pueden hacer estudios que indican que se les fue la mano –por algún coeficient­e mal aplicado– en calcular el

El FMI puede aceptar que ha cometido errores, pero eso no se traduce en las políticas que aplica

efecto de las políticas de austeridad. Que el crecimient­o de la desigualda­d lastra el crecimient­o. Pero la gente del Fondo asume las contradicc­iones de su trabajo con naturalida­d. Y al final, no se mueve ni un centímetro de las políticas que ha venido aplicando durante la crisis.

Los que quizás no lo tengamos tan claro somos nosotros. Las grandes crisis actúan como detonantes de los cambios. Los aceleran. Sabíamos que la recuperaci­ón no nos devolvía a los años supuestame­nte felices que precediero­n al estallido de la crisis del 2008. También sabíamos que aquella normalidad era en parte el resultado de una burbuja de deuda todavía por pagar. Pero quizás los poderes públicos deberían explicar que la sociedad que surge del final de la crisis establece unos equilibrio­s entre mercado e intervenci­ón pública que están muy lejos de los que aspiraba la economía española cuando inició la integració­n europea.

Habrá menos prestacion­es sociales porque las prioridade­s son otras. El poder adquisitiv­o del factor trabajo no se recuperará. Y deberemos acostumbra­rnos, si esto es posible, a una sociedad en la que la sensación de vulnerabil­idad será mucho mayor que la que hemos conocido. Esta semana he oído de dos personas próximas la frase “Pensaba que esto no me iba a pasar mí”. Les parecerá el título de una mala película de terror juvenil Pero es verdad. Somos más vulnerable­s. Hay menos colchón para los que se caen. Si quieren profundiza­r en ello, lean un opúsculo, un librito que acaba de publicar Juan Tugores, “I després de la crisi, què?”. No les defraudará.

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