La Vanguardia (1ª edición)

NI EL TINTE

- MARGARITA PUIG

Acostumbra­dos a vivir los once días de fiesta obligada que suponen los carnavales de Cádiz. Felices por compartir en esas fechas gastronomí­a, pregón, cabalgatas, disfraces y chirigotas y también su espacio vital cuando la llegada de turistas triplica la población habitual. Así son los Clinton andaluces, que de Cádiz tienen mucho y de Clinton más bien poco. Si se han ganado ese apodo es porque en la suya, una de las ciudades más antiguas de Europa (hoy en día con idénticas dosis de paro que de salero), encuentran símiles carnavaler­os para todo. También para la pareja que más manda. Resulta difícil recordar a los Clinton tan jóvenes como ahora resultan Teresa Rodríguez y José María González, aunque sólo sea por comparativ­a. Pero más complicado es encontrar en los abuelos norteameri­canos el mínimo signo de una rebeldía que los de Cádiz toman como bandera. Él, Kichi, padre de familia numerosa (tiene dos hijos con su anterior pareja y uno con Teresa) y carnavaler­o convencido, sigue a las puertas de los 40 con sus deportivas baratas, sus camisetas sin marca y la resolución de no renunciar a los aros de plata que distinguen sus orejas. Y eso que su jefe, el líder de Podemos, se quitó el piercing para convencer mejor y más rápido. Y ella, Teresa, impulsa a sus 33 años la imagen de gente normal con que se ha ganado los votos. Por eso ha renunciado a su apellido real, que suena a noble porque es compuesto, y, aunque contiene más las formas, no abandona sus faldas y sus pendientes largos, sus folclórico­s collares de plástico y la facilidad para combinar con acierto las prendas más dispares, lo que en cualquier otra parecería un descalabro estilístic­o en toda regla. La superposic­ión de camisetas, el flequillo cortado en casa y una desbordant­e naturalida­d que no sabe de maquillaje la han dejado sin rivales. A Hillary, está claro, no le copiaría ni el tinte.

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