La Vanguardia (1ª edición)

“Me incomoda la feminizaci­ón cuando la consideran provocar”

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La chica que sube a lo loco por la escalera no se parece en nada a la vampiresa que vemos en los capítulos de la serie Cites de TV3. Lleva un vestido de margaritas, zapados negros de plataforma, poco maquillaje, orejas sin pendientes y un aspecto verdaderam­ente angelical. Una coca-coca light en la mano izquierda y el agobio en la cara por llegar tarde. Sigue manteniend­o el deje de su tierra natal, Reus, pero su sueño es trabajar y vivir en Francia. La vimos enferma de tuberculos­is en El embrujo de Shanghai, adolescent­e irreverent­e en Los lunes al sol y voluptuosa en El artista y la modelo. Incluso se ha colado en la familia Alcántara.

¿Aida por la ópera?

No, no, es un nombre árabe que significa hada. Aunque no me pega. Yo no soy nada princesita.

Aquella era una princesa etíope, pero esclava.

Yo puedo ser a la vez todo lo buena y todo lo mala que se imagine. Puedo ser un encanto... o lo peor.

Su trabajo incluye esa condición camaleónic­a. Se metió en esto por casualidad.

Mi madre estudiaba Bellas Artes, mi padre trabajaba, y no podían recogerme de la escuela. Así que me apuntaron a teatro. Yo tenía nueve años y era su-ma-men-te tí-mi-da...

Ya estamos, otra.

¡Ya no! Exponerme me pareció horrible hasta que descubrí que lo mal que lo pasaba en el ensayo desaparecí­a en el estreno. Entonces podía hacer cualquier cosa. Era mágico, me crecía. Y lo sentí como una liberación.

Hasta que vio un anuncio donde Trueba buscaba una niña de catorce años para El embrujo

La escogieron entre 3.000 chicas...

¡Y no fue fácil! Cinco castings en dos meses. Esa película cambió mi vida. Fue un sueño, realmente; para empezar era una superprodu­cción con actores consagrado­s como Fernando Fernán Gómez o Ariadna Gil.

Dicen que nunca le pareció fácil ser mujer.

De adolescent­e me vestía más masculina, y siempre me gustó más el fútbol que las muñecas. Pero creo que lo hacía para que me dejaran tranquila, para que no me pusieran en cuestión. Si actuaba lo quería hacer como persona no como una princesita que juega a ser actriz. Cuando voy co- mo hoy empiezan a decirme cosas por la calle, me agobia; reconozco que me incomoda la feminizaci­ón, cierta estética, porque consideran que es provocar. Y yo necesito pasar desapercib­ida.

Es una catalana que vive en Madrid desde hace doce años.

Me siento muy a gusto en todo el mundo: he vivido en Francia, en México, en EE.UU.... Pero, ¿Catalunya? Yo soy de las que cree que lo que quiera el pueblo. También debo decir que tengo amigos que opinan todo lo contrario y no por eso dejo de quererles. Me parece inútil y estúpido hacerse mala sangre por una ideología.

¿Recuerda su primera gala de los Goya?

Perfectame­nte. Dos meses después de El embrujo... rodé Los lunes al sol y ganamos la Concha de Oro en San Sebastián. Brutal. Y en el 2002 esas fueron las dos películas más nominadas en los Goya. Salí a recoger un premio de vestuario y me lo creí tanto... que le di un beso a mi actor acompañant­e y me contestó: “No flipes tanto que no es para ti”. Me veo: mis tacones, con 14 años, el vestido revuelto, a punto de caerme...

Mucha gente, en España, la conoce por Cuéntame. ¿Cómo llegó Françoise Alcántara?

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