La Vanguardia (1ª edición)

“No tenemos una varita mágica”

Médicos sin Fronteras tiene en Ammán el hospital de cirugía gratuito para heridos de guerra más grande del mundo

- CRISTINA SOLIAS

En la sala de recreo, un corrillo de hombres se apelotona ante un tablero de backgammon. No quieren hablar de sus dolencias, están concentrad­os en la partida. Tras visualizar la jugada unos segundos, Mohamed, opositor sirio, traza un movimiento rápido de fichas y aprieta satisfecho el puño. Ha ganado a su contrincan­te yemení. Ladea la cabeza: “Tenemos suerte de estar vivos, Hamdullila­h! (Gracias a Dios), aunque los muertos son los únicos que han visto el final de la guerra”.

Hace meses que están ingresados en el hospital de cirugía gratuito para heridos de guerra más grande del mundo. Un centro de Médicos sin Fronteras (MSF) asentado en Ammán, la capital de Jordania, donde tratan a víctimas de Siria, Yemen, Iraq, Gaza y Libia.

En las cinco guerras del mundo árabe, cada semana se perpetra algún atentado que provoca 10, 20, 50 o más muertos. Pero ¿qué pasa con los que sobreviven? Nadie habla después de cómo les cambia la vida.

Su batalla ahora es otra. “Mas allá de la estética, el objetivo es que recuperen la funcionali­dad de los miembros afectados, para que vuelvan a tener una vida lo más normal posible”, explica Enass Abu Jalaf, directora de comunicaci­ón del equipo de MSF. Suelen llegan con unas expectativ­as muy altas y a menudo les cuesta aceptar que no volverán a ser como antes. “Tenemos un equipo de 170 profesiona­les que utilizan las técnicas de reconstruc­ción más sofisticad­as, pero no tenemos una varita mágica”.

Aun así, para muchos, el trabajo médico, minucioso, que se alarga meses e incluso años, es un milagro. Es el caso de Mohamed. Hace tres años vivía con su familia en la ciudad siria de Dará. Una tarde salió a comprar cuatro cosas para la cena con la furgoneta. Por el camino, un proyectil les impactó a escasos metros, y la metralla le sesgó una pierna y le reventó parte de la otra.

“Después de varias operacione­s, le hemos colocado un fijador externo para enderezar los hue- sos fracturado­s a la vez que está probando una prótesis que le hará de pierna izquierda”, explica el doctor Naser, mientras lo ayuda en la sala de rehabilita­ción.

“Estoy aprendiend­o a andar otra vez”, añade Mohamed como si aún no se creyera sus propias palabras.

El proyecto empezó en el 2006 en Iraq, se expandió en el 2008 con la primera guerra de Gaza, en el 2010 con los enfrentami­entos en Yemen, y se consolidó con las primaveras árabes en países como Libia y en los últimos años con la guerra de Siria. Ya ha tratado más de 3.500 pacientes, y desde hace pocas semanas ha estrenado nuevas instalacio­nes especializ­adas en reconstruc­ción maxilofaci­al, amputacion­es y quemaduras.

Una de las reglas del hospital es que no caben ideologías ni hostilidad­es, pero a veces es complicado dejar de lado los rencores. Hace unos meses se encontraro­n en la misma habitación dos sirios, uno que había luchado a las órdenes del régimen de Asad y otro que había pertenecid­o a una facción rebelde del Ejército Sirio Libre.

“Siempre tratamos de separarlos, pero no nos dimos cuenta y en cuanto se quedaron solos llegaron a las manos”, confiesa una de las enfermeras, bajando la voz y dando el tema por zanjado.

Quien no entiende de resentimie­ntos son los niños. De hecho, la sala infantil es la más alegre de todo el hospital. Está repleta de dibujos que cuelgan de las paredes, inundan la gran mesa que preside el espacio y hasta quedan olvidados por el suelo. Son criaturas que a su corta edad han vivido auténticas atrocidade­s y sufren síndromes de estrés postraumát­ico.

“Cuando llegan siempre dibujan lo mismo: bombardeos, heridos, gente muerta”, explica el doctor Qutaiba, psicólogo infantil del centro, mientras hojea algunas láminas. Se queda con una en la mano, levanta la cabeza y pregunta en voz alta:

“¿Quién ha dibujado esto?”, exclama bien serio. Y señala el retrato a lápiz bastante logrado de un miliciano del Estado Islámico.

“¡Yo!”, admite Saif, que se lo mira de reojo con la sonrisa del que acaba de entrar en la adolescenc­ia. “Lo vi en la televisión, ahora están cerca de mi casa”.

Saif solía ayudar a su padre en una carnicería de Bagdad. Corría el 2008, en plena segunda guerra del Golfo. A veces, mientras descarnaba los animales, oía el silbido de los proyectile­s que impactaban a escasos kilómetros. Dice que no recuerda nada del día que uno le cayó encima y la metralla le destrozó la pierna izquierda. Desde hace siete meses está en el hospital. Pinta un dibujo tras otro. Sin parar.

“¿Y qué trazas ahora con el lápiz?”, le pregunta el doctor.

“Nada. Ahora sólo pinto colores”.

Dos soldados heridos sirios, uno del bando de Asad y otro opositor, se encontraro­n en la misma habitación “Los muertos son los únicos que han visto el final de la guerra”, dice un herido a otro tras ganarle al backgammon

 ?? MARIO TAMA / GETTY / ARCHIVO ?? Una niña de 12 años, Khitam Hamad, posa con el cuerpo quemado tras ser operada en Faluya por Médicos sin Fronteras en una imagen de archivo
MARIO TAMA / GETTY / ARCHIVO Una niña de 12 años, Khitam Hamad, posa con el cuerpo quemado tras ser operada en Faluya por Médicos sin Fronteras en una imagen de archivo

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