Ya que espían, espíen bien
Esos ojos invisibles del ciberespacio que espían mis movimientos y mis supuestos gustos, para dispararme publicidad personalizada, logran un efecto inverso al que buscan. Si me permiten un consejo, cambien de táctica. Sé de lo que hablo. Pertenezco a ese amplio grupo de usuarios inadaptados que rechazan por sistema cualquier cosa que se les pretenda vender. Escapo de cualquier tienda en la que un dependiente se acerque a hablarme de la mercancía que miro. No puedo evitarlo. Ignoro con furia contenida todas las ofertas que me ofrece la cajera de mi supermercado. Rechazo con ira menos contenida las llamadas telefónicas que me ofrecen cosas que no he pedido. No sólo me parecen una invasión de mi frágil espacio mental, un acoso a mi oreja; también me asalta la sospecha de que esconden gato encerrado. Mi tortuosa vida de cliente general me ha llevado al triste convencimiento de que una oferta siempre esconde un mal truco. Los usuarios estamos desengañados. Han abusado tanto de nuestra confianza que nos han roto el corazón.
No es humano que hacer una indagación por internet, una mala tarde, sobre armarios empotrados, acarree una invasión perpetua de ofertas de armarios empotrados en tu pantalla. Es probable que jamás vuelvas a pensar en cambiar tus armarios, así se te caigan encima las puertas. Tampoco es razonable que mirar los precios de un viaje en avión signifique que luego, durante meses –y no sé si durante una vida entera–, seas bombardeado con publicidad de ese trayecto, u otros parecidos que alguien ha pensado por ti que te pueden interesar. No piensen por nosotros, por favor. Pero sobre todo, no nos simplifiquen tanto.
Y es que aún tiene menos sentido que, porque hayas ido una vez pongamos por caso a Salamanca, tengas que estar meses –y quién sabe si otra vida entera– soportando publicidad de unos hoteles y restaurantes de Salamanca que no te importan ya un pimiento. Anuncios, encima, tintineantes. Demuestran, estos ojos del ciberespacio, mucha falta de tacto y táctica. Porque con los cuatro datos superficiales que parecen manejar, se les podría pasar por alto, por ejemplo, que la visita a Salamanca haya sido un desastre. ¿Y si se trata de un viaje de esos en los que todo ha salido mal, con separación matrimonial incluida –cosa estadísticamente muy probable– o desgracias peores, que la insistencia torpe de estos sistemas publicitarios, poco desarrollados, se empeña en restregarte por las narices siglos después? Señores de la cosa, ya que nos espían, espíen bien. No sean tan chapuceros y hurguen en nuestros higadillos con ese tenedor que todo lo ve.
Los usuarios estamos desengañados; han abusado tanto de nuestra confianza que nos han roto el corazón