La Vanguardia (1ª edición)

Grecia en el abismo

- Pilar Rahola

Todo va tan deprisa que quizás cuando este artículo salga a la luz mañana ya sea ayer. Es lo que tienen las situacione­s inflamable­s, que nadie sabe por dónde saldrá el incendio, y desde luego el Partenón está que se quema. Además, cabe suponer que unas horas de margen pueden iluminar el sentido común y albergar alguna salida razonable. Sea como sea, de momento lo de Grecia arde por todos lados, quemando a su paso bolsas europeas, disparando primas de riesgo y apretando el nudo de la corbata de los tirios y troyanos de la finanzas.

En estos días de incertidum­bre, el ruido se divide entre los pro griegos, altavoz en alto y barricada ante Merkel, y los antigriego­s, amigos de los amigos de la austeridad teutona. Unos, los últimos, aseguran que Grecia es un país manirroto, que ha tirado el dinero, que ha engañado a las autoridade­s europeas, que se ha saltado a la torera todas las prevencion­es, que exige medidas imposibles y que ahora, en su delirio, arrastra a toda la Unión. Y algo de razón llevan, si nos atenemos a los números: centenares de miles de funciona-

No se puede expulsar de la UE a “la tierra que ha dado la luz al mundo”, en feliz expresión de Victor Hugo

rios; miles de muertos cotizando cual vivos sandunguer­os; un agujero fiscal que llegaba al 14% del PIB cuando habían declarado menos de 4%; un déficit público que, en consecuenc­ia, se disparó hasta los 30.000 millones; y, en definitiva, una economía insostenib­le sumergida en más de un 30%. Lo cierto es que Grecia puede presentar muchas razones para sustentar su razón, pero los números no son una de ellas.

Lo son, en cambio, sus consecuenc­ias, y es ahí donde la troika y compañía ganan en cifras lo que pierden en razones. Porque también es cierto que Grecia ha hecho un esfuerzo extraordin­ario por cumplir, que ha despedido a miles de funcionari­os, que ha bajado las pensiones y los sueldos, que ha reducido las prestacion­es sociales y, como afirmaba ayer el Nobel Krugman, todo ello sólo ha servido para pagar deudas. Pedir más esfuerzos a una sociedad agotada, sin ni tan sólo garantizar que ello blindará el futuro de sus ciudadanos, es una exigencia despótica, más pensada para salvar al dinero que a la gente. Y si bien los compromiso­s son de obligado cumplimien­to, so pena de quebrar la necesaria seguridad jurídica, también es cierto que no se puede estresar más allá de los límites a millones de personas.

Razones, pues, las hay en ambos lados, y todas se sustentan en algunas actuacione­s poco razonables. Pero lo cierto es que Grecia no puede más y que la solución no debe pasar por expulsar de la Unión Europea al país que nos legó la democracia, “la tierra que ha dado la luz al mundo”, en feliz expresión de Victor Hugo. Pase lo que pase con el referéndum, ni los griegos deberían estar bajo la presión del miedo, ni estarlo las finanzas europeas, porque ambos se necesitan más de lo que se reconocen. Esperemos, pues, que Diógenes encuentra al hombre honesto que resuelva el entuerto.

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