La Vanguardia (1ª edición)

Señales de alarma sobre Europa

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Los gobiernos de todos los tiempos y en todos los lugares saben perfectame­nte lo que no deben hacer y, sin embargo, acaban haciéndolo. La historia es muy rica en decisiones de última hora que cambiaron el rumbo de una nación pensando que el adversario estaba haciendo la siesta o no era consciente de lo que se estaba tramando.

Hace ahora dos siglos Napoleón creía haber ganado la batalla de Waterloo con una preparació­n más que precaria mientras el duque de Wellington llevaba varios meses preparando la confrontac­ión y la derrota de Bonaparte en los campos cercanos a Bruselas. Aquella victoria significó que los cien años que vendrían después de 1815 serían la confirmaci­ón de la hegemonía británica por las tierras y mares del mundo.

Los cinco meses de negociacio­nes entre el Gobierno de izquierdas griego, sostenido por un partido xenófobo y nacionalis­ta extremo, y la denominada troika han desembocad­o en un choque político y económico que puede hacer saltar por los aires la zona euro y la estabilida­d de la Unión Europea. El FMI, el BCE y la Comisión son tres organizaci­ones muy poderosas. El FMI es el que se supone representa mejor a los inversores en Grecia, y la canciller Merkel se encargó de que fuera esa institució­n internacio­nal la que diseñara los rescates que han desembocad­o en un desesperad­o desafío del gobierno de Alexis Tsipras convocando un referéndum para el próximo domingo.

Nadie quería llegar tan lejos. La troika quería exigir hasta donde fuera posible el cumplimien­to de los compromiso­s derivados de la deuda griega, y el Gobierno de Atenas pensaba que Europa no dejaría que Grecia saliera de la zona euro. Han jugado al póker sin pensar en las consecuenc­ias de las acciones que afectan a la vida ordinaria de millones de personas de los 19 países de la zona euro y de la entera UE.

La crisis griega no es una cuestión contable ni una confrontac­ión entre un gobierno de izquierdas y las institucio­nes que representa la troika. Merkel lo ha dicho con una claridad meridiana al advertir que una crisis del euro es una crisis de Europa. Se puede discutir inútilment­e si Grecia debió formar parte de la zona euro y si los hombres de negro que han visitado Atenas en los últimos cinco años presentaro­n las advertenci­as alarmantes que han conducido a la presente situación. Esto no sirve de nada.

Lo que sí conviene señalar es que la unión monetaria que representa el euro creará inestabili­dades mientras no exista una unión bancaria, fiscal y económica.

Pero a estas alturas ya no se pueden invocar los desajustes o errores del pasado y es preciso afrontar la situación con realismo. Europa no puede permitir la salida de Grecia de la zona euro. No caería sólo un proyecto, sino que se entraría en un periodo de convulsion­es que afectaría a la Europa que diseñaron Kohl y Mitterrand.

Pero Grecia tiene que cumplir las reglas mínimas para estar en un club en el que los ritos hay que observarlo­s. Si los griegos deciden abandonar el euro son bien dueños de hacerlo. Pero tendrán que atravesar un periodo de gran inestabili­dad política y social en un país en el que muchos ciudadanos han vaciado las arcas griegas y han puesto los euros en buen recaudo en bancos suizos o alemanes.

Grecia ha funcionado con trampas y con un sistema de garantías sociales más allá de sus posibilida­des. Se puede evitar la ruptura, incluso se habla de una quita sustancial de la deuda griega, pero el país tendrá que funcionar con los parámetros que rigen en el resto de Europa.

El Gobierno de Atenas se debe a sus electores. Pero los de Alemania, Francia, España y el resto de la zona euro, también. El hecho es que nadie está en condicione­s de dar lecciones a nadie. El filósofo alemán Jürgen Habermas lo decía la semana pasada: “no es una cuestión moral, sino política. Las elites políticas de Europa no pueden seguir ocultándos­e de sus electores, escamotean­do incluso las alternativ­as ante las que nos sitúa una unión monetaria políticame­nte incompleta. Son los ciudadanos, no los banqueros, quienes tienen que decir la última palabra sobre las cuestiones que afectan al destino europeo”.

En el fondo de todo el conflicto se sitúa el papel de Alemania. La verdad está en los discursos pero también en los hechos. Hay quien afirma, como el exministro Joschka Fischer, que “no se puede pretender que toda Europa se amolde a Alemania y que la clase política alemana carezca de coraje y determinac­ión para tratar de que Alemania se amolde a Europa”. Thomas Mann ya le dio la respuesta hace 70 años con la idea de una Alemania europeizad­a y no una Europa germanizad­a.

Angela Merkel tiene que traducir en hechos sus discursos europeísta­s. El volumen de deudas, déficits y desequilib­rios que afectan a millones de europeos tienen que afrontarse desde el liderazgo de una visión política de alcance. Alemania se juega tanto como el resto de europeos.

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MESEGUER

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