La Vanguardia (1ª edición)

De políticos y antiguos mitos

- Jordi Llavina Murgadas

En su edición, para la editorial Barcino, del libro L’expedició dels catalans a Orient —uno de los que integran la renombrada Crònica de Ramon Muntaner—, Lluís Nicolau d’Olwer da cuenta de una circunstan­cia vivida por el cronista y gran militar ampurdanés. Dice que, a los nueve años, Muntaner conoció al rey Jaume I, llamado el Conquistad­or. Según Olwer, este último era ya “viejo y estaba cargado de gloria”. El afamado monarca se hospedó en el albergue del padre del futuro cronista, en Peralada. Fruto de ese encuentro, “su imaginació­n de niño [la del pequeño Ramon] quedó impresiona­da de por vida”.

Se trata de una hermosa anécdota que, sin duda, debió de influir en la posterior vocación literaria de Muntaner. A mí me trae a la memoria otra, mucho más recien- te, que me había contado mi abuelo Josep, nacido en 1910. El domingo 10 de mayo de 1931, Francesc Macià visitó la Selva del Camp, el pueblo de mis raíces maternas. El president estuvo acompañado, en todo momento, por un ilustre paisano de La Selva, el conseller de su mismo gobierno Ventura Gassol. Pues bien, la imaginació­n del joven Josep Murgadas Esteve resultó, también, impresiona­da de por vida. La diferencia respecto a la experienci­a vivida por Muntaner es que, en el arranque de la tercera década del siglo XX, ya existía la fotografía, y el bueno de mi abuelo era, además, un gran aficionado a este arte.

Yo asistí al entierro de Ventura Gassol, en su pueblo natal, el domingo 21 de septiembre de 1980. Tenía entonces doce años. Entreví algo, poniéndome de puntillas, desde un piso de la plaza mayor, aba- rrotado de gente, propiedad de una tía lejana: allí abajo, una muchedumbr­e despedía al poeta y político de altura. Entreví también algo de la dimensión histórica del acontecimi­ento, pero, por desgracia, no registré demasiados detalles. A esa tierna edad, pensaba, sobre todo, en el Barça.

Los tiempos han cambiado sustancial­mente. Me pregunto: ¿habrá un niño que hoy vea a Mas y que, dentro de treinta años, recuerde con emoción a una figura verdaderam­ente histórica? (digo niño porque el sustantivo niña ya está tomado —maldecido— por Rajoy). Aún no sabemos si será Artur Mas quien nos conduzca a la cima de la historia. Por lo menos, cabe la posibilida­d de ello. Ya no es tiempo de leyendas ni mitos, pero sí lo es de valentía política. Y de remar juntos.

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