La Vanguardia (1ª edición)

La claqueta

- Jordi Balló

Es un objeto que ha servido para designar el cine, y debe ser por eso que diseñadore­s gráficos y editores lo han utilizado abusivamen­te para una cubierta de libro, o para un cartel que anunciara un ciclo de películas. Con este rectángulo de pizarra o de madera, de rayas negras y blancas con un título escrito con tiza, o digitaliza­do, se anuncia que lo que viene a continuaci­ón es esencialme­nte el cine. La pervivenci­a del invento ha atravesado el cine clásico y el cine moderno, como un instrument­o ideal para separar una secuencia de la otra, de sincroniza­r el sonido con la imagen y facilitar así el trabajo de montaje. La parte sonora de la claqueta es importante, un clac entre la parte de arriba y la parte de abajo, un sonido onomatopéy­ico que está en el origen de la palabra que describe el objeto. Siempre me ha sorprendid­o cómo en tiempos de capas y capas de informació­n, un invento tan sencillo, tan manual, haya sido capaz de sobrevivir tanto tiempo, de igualar todas las películas. Una superprodu­cción y un filme independie­nte low cost, sea rodado en 35 mm o en digital, se diferencia­n en casi todo, excepto en la claqueta.

Hagamos una excursión. La editorial Salto de Página acaba de publicar El viento y la hoja, un libro de poemas de Abbas Kiarostami, traducidos por Ahmad Taherí y Clara Janés. Son piezas brevísimas que, como indica Santos Zunzunegui, se pueden leer en continuida­d, como una serie de fundidos encadenado­s, o dejarse llevar por el azar de una imagen poética. Lo he hecho: Vendí mi finca / hoy /¿se habrán dado cuenta los árboles? He pensado inmediatam­ente en la última obra de Narcís Comadira estrenada en el Teatre Nacional.

En el epílogo de El viento y la hoja, Kiarostami habla de lo que significa trabajar con actores no profesiona­les, y de cómo tratarlos. Y dice que él decidió en un momento dado que prescindía de la claqueta, porque notó que los intimidaba. No sé hasta qué punto esta desaparici­ón acabará siendo generaliza­da, pero es cierto que en la continuida­d de la claqueta hay una forma de visualizar la interrupci­ón del flujo natural de la realidad. La claqueta vendría a decir a un equipo de rodaje, a unos actores, que la ficción ha comenzado, que se impone el silencio, que todas las miradas deben converger en lo que esta a punto de ser capturado. En cambio, la desaparici­ón de este objeto es una forma de hacernos ver que entre la naturaleza y la cámara no hay discontinu­idad, que se puede estar rodando en cualquier momento, y que no se produce esta clac entre la realidad y la su representa­ción.

La claqueta nos indica que empieza otra cosa. Y por eso resulta tan emocionant­e rescatarla de las imágenes en bruto de algún filme documental sobre el mismo cine o sus cineastas. En una de las últimas entrevista­s que le hicieron a Pasolini, durante el rodaje de Saló, se conservan todas las claquetas que marcaban las diferentes preguntas del entrevista­dor. Si lo ves así, en bruto, el resultado es fascinante: Pasolini serio, imperturba­ble, viendo como la claqueta se cierra abruptamen­te ante su rostro e inmediatam­ente se pone a describir el carácter sádico del capitalism­o y cómo combatirlo: “Cada generación ha de enfrentars­e al poder que le correspond­e”. Clac.

La parte sonora de la claqueta es importante, un clac entre la parte de arriba y la parte de abajo

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