Hollande deniega la petición de asilo en Francia de Julian Assange
“Mi vida está en peligro”, dice el fundador de Wikileaks en una carta abierta
El Elíseo despeja el pormenorizado alegato de Assange con un comunicado de cinco líneas
Dramático llamamiento el de ayer del fundador de Wikileaks, Julian Assange, al presidente francés, François Hollande, y a Francia en general, a concederle el asilo. “Mi vida está en peligro, mi integridad física y sicológica están cada día un poco más amenazadas”, advierte.
Superado el tercer año de su reclusión en la embajada ecuatoriana de Londres, Assange expone en una carta publicada hoy por Le Monde las condiciones de su cautiverio en la pequeña sede diplomática: “Dispongo de cinco metros cuadrados y medio para mi uso privado; el acceso al aire libre, al sol, así como a un hospital me han sido prohibidos por las autoridades del Reino Unido; sólo he podido utilizar el balcón en tres ocasiones y a mi propio riesgo y nunca se me ha autorizado salir para hacer ejercicio”.
Sin vida privada, alejado de su familia, igualmente acechada y amenazada sea en Australia o en cualquier otro país, Assange expresa su reconocimiento a la digna República del Ecuador, “cuya generosidad y valor probablemente me han salvado la vida”. Varias decenas de policías uniformados y otros tantos en civil repartidos por los edificios adyacentes, sin contar a los servicios secretos, mantienen el acecho contra este hombre, que en abril de 2010 se atrevió a publicar un vídeo titulado Collateral murder (Asesinato colateral) en el que varios civiles, entre ellos dos empleados de la agencia Reuters y varios niños eran muertos en Iraq desde un helicóptero militar, entre las chanzas de sus ejecutores. Al día siguiente de aquello comenzó lo que Assange define como “una persecución política de una inédita dimensión”: “Llamadas a mi ejecución, a mi secuestro, a mi encarcelamiento por espionaje a cargo de altos responsables estadounidenses, robo de documentos y bienes, repetidos ataques informáticos, infiltraciones, ilegal prohibición de acceso a mecanismos de pago, vigilancia permanente de mis gestos y comunicaciones, procesos judiciales, campañas de difamación, intimidación de mis abogados....”. Esa crónica de cinco años y la labor de Wikileaks, con sus activistas encarcelados o perseguidos –el soldado Manning condenado a 35 años y objeto de “trato inhumano”, según el relator especial de la ONU– dio también lugar a un premio de la organización Amnistía Internacional, decenas de otros, cinco nominaciones sucesivas al premio Nobel de la Paz y otras cinco al premio Mandela de la ONU.
Alegando todo eso, Assange concluye pidiendo protección a Francia, invocando los valores de esa nación, su condición de quinta potencia mundial, así como a su vínculo personal con el país. El Elíseo despejó el asunto con un comunicado de cinco líneas: “Teniendo en cuenta los elementos jurídicos y la situación material del señor Assange, Francia no puede atender su demanda (...) La situación del Señor Assange no presenta peligro inmediato y está sometido a una orden de detención europea”.
Concederles el asilo o la nacionalidad a Assange o a Snowden, “sería un gesto”, “la idea no me choca”, “tendría una dimensión simbólica”, pero “debería adoptarse al más alto nivel”, dijo el 25 de junio, presionada por un periodista, la ministra de Justicia francesa, Christian Taubira, mientras 40 personalidades galas firmaban una declaración al respecto.
El escándalo de los disidentes occidentales Julian Assange y Edward Snowden se acerca a algo parecido a un caso Dreifus del siglo XXI. Perseguidos y amenazados por denunciar crímenes de Estado, obligado el uno a residir contra su voluntad en Rusia, recluido el otro en Londres, el acoso de ambos arroja toda una radiografía sobre el sometimiento de los poderes políticos y judiciales a una lógica militar que está por encima de todo derecho. Las cinco líneas del comunicado presidencial de ayer son un nuevo estímulo al pendiente “Yo acuso”.