Becas insuficientes
Alo largo de los últimos cinco años, el número de estudiantes universitarios con derecho a beca ha crecido en España un 41,2%. Hay, pues, en nuestro país más alumnos becados que nunca. Pero esto no debería valorarse, exclusivamente, como una buena noticia. Porque el promedio que recibe cada uno de esos becados se sitúa en los 2.562 euros. Aproximadamente, lo mismo que recibían sus predecesores hace diez años. Con la diferencia de que, durante el mismo periodo de tiempo, el precio medio de la matrícula universitaria ha crecido en España: en el curso 2013-2014 se situaba en los 1.257 euros, lo que coloca a nuestro país en la cuarta posición europea en lo tocante al precio de los estudios universitarios. Y aún hay más. Resulta que en España se dan grandes diferencias en función de la comunidad autónoma en la que se cursan los estudios superiores. La universidad catalana es, con diferencia, la más cara. Sus tasas han subido el 158% desde el 2008. Son subidas sin parangón, toda vez que en Madrid, la segunda comunidad atendiendo a este criterio, el incremento ha sido del 117%; y en la tercera, la Comunidad Valenciana, del 93%.
Estos datos proceden del informe publicado ayer por la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas. Y son, sin lugar a dudas, descorazonadores. Porque lo que se espera de un país comprometido con su futuro no es que este tipo de ayudas se deprecien con el paso de los años, sino que, por el contrario, crezcan y, con ellas, crezca la esperanza colectiva en un futuro más igualitario y equilibrado.
Las becas son un viejo mecanismo para subvencionar los estudios y las investigaciones de los alumnos sin recursos suficientes, a quienes se entrega una cantidad de dinero que contribuya a su sustento. Las han concedido y las conceden instituciones privadas. Pero los estados avanzados han ido integrándolas en sus programas de ayudas sociales. A nadie se le escapan sus ventajas y quizás las principales sean las relacionadas con su factor igualitario, puesto que contribuyen a mejorar las posibilidades de progreso de cuantos aspiran a un futuro mejor y, disponiendo de los recursos intelectuales necesarios, carecen en cambio de los económicos. Las becas constituyen, así, una bendición para quienes nacieron con talento pero sin dinero. Y, al tiempo, suponen una inteligente inversión colectiva, puesto que gracias a ellas la sociedad saca el máximo partido a sus miembros más dotados, independientemente de cuáles sean las ventajas o desventajas derivadas de su extracción social.
Todo esto es bien sabido. Y por ello sorprende doblemente que la política oficial de becas esté en España tan desatendida. Cierto es que hemos atravesado años de crisis y privaciones, a los que no han sido ajenas las arcas públicas. Pero también han sido años de mucha reforma legislativa, dirigida a menudo con criterios censurables, como son los que han propiciado una reforma de la Lomce que va en detrimento de las humanidades.
Si hemos de creer a los heraldos del Gobierno, el periodo de crisis estaría tocando a su fin. De hecho, el Partido Popular basará su campaña electoral ante las próximas generales en la idea de recuperación económica y renovado crecimiento. Es, por tanto, hora de exigirle que mejore las dotaciones destinadas a promover la educación de quienes tienen más talento que recursos. Esa será, sin duda, una línea de actuación acertada.