La Vanguardia (1ª edición)

Una democracia envenenada

- Gregorio Morán

Probableme­nte nunca hubo tiempos mejores. Otra cosa es que pensáramos, con cierta ingenuidad, que estábamos ayudando a cambiar el mundo cuando en realidad era el mundo el que nos cambiaba a nosotros y nos dejaba este poso de melancolía que se reduce a creernos que hubo tiempos mejores. Si los hubo, duraron tan poco que cuesta trabajo definirlos. ¿Desde cuándo hasta cuándo, y por qué? Lo que sí me parece evidente es que las dificultad­es para ser ingenuos han aumentado considerab­lemente.

Julian Assange cumplió ayer 44 años. Lleva tres asilado en la embajada de Ecuador en Londres para protegerse de la extradició­n que le pide Suecia, donde echó cuatro polvos; dos de ellos reglamenta­rios y los otros menos. El dilema de “los polvos de Estocolmo” no hubiera entrado en la historia universal, donde ya ocupan un lugar notable, de no ser porque el rijoso Assange es depositari­o de un sinfín de materiales secretos de Estados Unidos desvelador­es de la ilegalidad de sus actuacione­s y del control de la informació­n de enemigos y amigos, especialme­nte estos últimos, a los que se trata y se califica con el desprecio que suelen usar desde siempre los imperios para referirse a sus súbditos.

Es decir que si al señor Assange se le ocurriera tratar de demostrar la diferencia entre follar placentera­mente y a voluntad de las partes, y lo que se denomina violencia de género, debería salir de la embajada, controlada por los servicios más sofisticad­os del mundo, y ser llevado a juicio en Estocolmo para dirimir sobre sus partes más íntimas y las variables considerac­iones de dos damas nórdicas. ¿Pero no habíamos quedado en que Suecia era el país más liberal del mundo y cuya cálida acogida a los rebeldes contrastab­a con su clima? Vamos a ver si te aclaras, gilipollas. Se acabó Olof Palme, aquel que daba cobijo incluso a los desertores norteameri­canos de la guerra de Vietnam. Más exactament­e no se acabó, sino que lo acabaron, matándole.

Hoy Suecia es un aliado capital de EE.UU., como lo son los demás del llamado mundo liberal, aunque sus intereses estén en disputa, lo que consiente a la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) que te escuchen todo; desde lo más íntimo hasta lo más delicado: los contratos superiores a 200 millones de dólares. De modo que ellos sepan lo que ni siquiera tú has firmado todavía y puedan conseguir que el sacrosanto mercado sea una manipulaci­ón dolosa. Y lo que es más impresiona­nte: sin que el cornudo burlado haga siquiera el amago de enfadarse. El reciente descubrimi­ento de un topo de la CIA en el entorno político íntimo de Angela Merkel no tiene los visos de aquel Guillaume que espiaba para el enemigo y logró la dimisión de Willy Brandt en 1974. Ahora se trata de contemplar La vida de los otros, el impresiona­nte filme que nos conmovió a todos los ingenuos de la tierra, mientras el Imperio juega a convertirs­e en la Stasi que les defiende de los competidor­es.

Julián Assange permanece desde hace tres años en la embajada londinense de Ecuador, el país más denunciado por los grandes emporios mediáticos como el más implacable enemigo de la libertad de informació­n. Si Assange está en la embajada de Ecuador es porque ninguna otra le ha dado amparo, con lo que llegamos a la siguiente conclusión: quienes controlan la informació­n pueden convertir a los líderes de Arabia Saudita en progresivo­s liberales y a sus adversario­s en fieras dictatoria­les… que amparan a los violadores de suecas. De ser extraditad­o apenas pasaría por Estocolmo, para recalar de por vida en un presidio norteameri­cano. Aunque sea australian­o se ha saltado las reglas del Gran Juego; lo mío es secreto, lo tuyo es delito. Podríamos hacer un relato similar sobre Edward Snowden, exempleado de la CIA, asilado ¡en Rusia! porque no tiene quien le acepte.

Todos los medios tecnológic­os que nos dijeron que habían nacido para desarrolla­r nuestra individual­idad e independen­cia, son instrument­os de control de nuestra individual­idad e independen­cia. Desde el móvil más arcaico al más sofisticad­o ordenador. Los expertos informátic­os, que son gente con notable sentido del humor porque están en los secretos que no alcanzamos los humanos de tropa, suelen enunciar como si fuera un mantra: si eres joven y haces el amor –cosa cada día más arriesgada desde que Assange osó repetir la experienci­a y empeñarse en hacer dos veces lo que debió conformars­e con una– si haces el amor, dicen, ten la precaución de que en la habitación, salón o coche no haya nunca móvil alguno; da lo mismo si está apagado o encendido. Ningún móvil. Así evitarás que algún día “te descubras” haciendo el ridículo y preguntánd­ote cómo ocurrió lo que ni siquiera recuerdas.

La manipulaci­ón de la informació­n existió siempre porque desde siempre nos han engañado. Bastaría esa paparrucha que asegura a las putas como la profesión más vieja del mundo. Mentira. La profesión más antigua del mundo fue la de sacerdote, el mediador entre los dioses y los hombres, ya se le llamara chamán, brujo, o lo que fuera. No hacen falta cursos de antropolog­ía para descubrir que la prostituci­ón viene muy luego. Sostiene el escritor Sánchez Ferlosio que mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado. Falso.

Los dioses cambian. Lo llevan haciendo desde siempre, en la misma medida que cambian los sacerdotes. Allí donde el intermedia­rio con el futuro y con el más allá se transforma, y unas veces se le llama gurú, otras monje, otras sacerdote, otras dirigente del partido, o secretario general o presidente incontesta­ble y vitalicio, estamos en lo mismo. La gente necesita creer y resulta que cada día se lo ponen más fácil. Le exigen nada más que una entrega cegadora que choca frontalmen­te con la evidencia. Cada vez se hace más difícil ser ingenuo, porque exige que se bordee con el fanatismo futbolero y se olviden aquellos viejos progresos, hoy despreciad­os por elitistas, que aseguraban el libre albedrío, la libertad, la fraternida­d, e incluso la más humillante y desvergonz­ada de las mentiras, la igualdad.

No somos iguales en nada, empezando por la economía y terminando con la informació­n. Y además hay un prurito excelso según el cual la igualdad mata la creativida­d del individuo. Fíjense en los grandes estafadore­s de nuestro entorno. Considerar­ían una ofensa el que les igualen; son distintos en sus manías, en sus trampas, en sus justificac­iones. Los grandes de la Unión Europea han entendido como una provocació­n la convocator­ia de un referéndum en Grecia que obligue a la ciudadanía a asumir el futuro, no el pasado, que han de pagar como si hubiera sido suyo y ellos mismos se lo hubieran gastado. El pueblo paga, pero no cuenta en las decisiones que toman los señores.

Un referéndum en Grecia es un reto para quienes han esquilmado el país, han agarrado el dinero y esperan fuera la solución a la crisis; ellos cobran y los otros pagan. Un referéndum en Catalunya sería exactament­e lo contrario; de ganarlo se demostrarí­a que una buena parte de la ciudadanía se siente cómplice del desfalco de sus clases dirigentes y les perdone en aras de que la patria exige sacrificio­s y la candidez entusiasmo. Dos decisiones aparenteme­nte similares tienen dos sentidos diversos; o responsabi­lizamos a los nuestros de la quiebra del país, o nos creemos lo que nuestros corruptos líderes aseguran. Cada vez es más difícil ser ingenuo, pero la edad de la inocencia puede durar décadas.

¡Un hurra heroico por Julian Assange y Eduard Snowden y el valiente soldado Manning! No nos harán más libres, pero sí más seguros de nuestras conviccion­es. Por eso hoy, día quinto de la Ley Mordaza de nuestro inefable ministro del Interior, competidor de tantos otros que la memoria preferiría olvidar, hoy, digo, que una democracia envenenada acaba convirtién­dose en un peligro para la convivenci­a. De alguna manera hemos vuelto a consagrar aquella deliciosa patraña de nuestro pasado que alguien bautizó como “oposición silenciosa”.

Assange, Snowden y el valiente soldado Manning no nos harán más libres, pero sí más seguros de nuestras conviccion­es

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MESEGUER
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