Grecia y la soberanía compartida
Es Grecia un país plenamente soberano? No, si por ser soberano entendemos poder tomar las decisiones que quiera en materia de política económica y monetaria. Tampoco lo son Francia, ni Italia, ni España. No lo son desde que decidieron adoptar el euro. Son países con una soberanía económica limitada y lo son voluntariamente, por decisión democrática de sus ciudadanos.
Por ello, Alexis Tsipras no puede invocar la soberanía griega para rechazar las propuestas de los miembros de la eurozona. No puede acusar al resto de Europa de querer humillar a Grecia. Hay muchos argumentos válidos contra la posición europea hacia Grecia. Se puede decir que, en la difícil situación de Grecia, exigir más austeridad equivale a alargar la depresión. Se puede sostener que las recetas de Bruselas están equivocadas y que, si la deuda es impagable –como todos sabemos–, es mejor admitirlo y partir de una nueva base. Se puede acusar a Bruselas y a los principales gobiernos europeos de preocuparse más de salvar las instituciones financieras que de mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos más desprotegidos. Pero no se puede decir que la posición del resto de Europa sea una ofensa a la soberanía griega.
Mientras Grecia forme parte de la eurozona –y mi deseo es que siga formando parte de ella–, los ciudadanos griegos no pueden decidir lo que quieran, unilateralmente, en relación con la política económica de su país. Para tener una moneda común, se necesitan unas reglas, y esas reglas no las puede cambiar ningún país miem- bro por su cuenta, aunque sea mediante un referéndum. El mandato democrático que el Gobierno pueda obtener nunca será más válido que el mandato también democrático del resto de miembros de la eurozona. Por ello, el referéndum que el Gobierno griego ha convocado está mal planteado. El Gobierno griego puede preguntar a los ciudadanos si quieren seguir en el euro, pero no si quieren cumplir las obligaciones que ello comporta.
Esto no quiere decir que Grecia tenga que resignarse para siempre a la política de austeridad, o al menos no necesariamente. El Gobierno griego y todos los demás gobiernos de la eurozona pueden cambiar el rumbo de la política económica europea y optar por una línea más expansiva. Pero deben hacerlo colectivamente (de hecho, en parte ya lo están haciendo, aunque sea con una lentitud exasperante). La batalla se debe ganar en Bruselas, no en las capitales respectivas. Es un camino difícil, pero si queremos tener una moneda común es el único posible. Tampoco quiere decir que Grecia tenga que recortar el déficit público exactamente como le sugieren los acreedores. Las cuentas públicas se pueden cuadrar recortando pensiones o cerrando quirófanos, pero también subiendo los impuestos a los más pudientes o recortando en defensa. Hay muchas maneras. Pensar lo contrario es caer en una trampa que escamotea la posibilidad de equilibrar el presupuesto sin que paguen los más débiles.
Alexis Tsipras ganó las elecciones prometiendo tres cosas: renegociar la deuda, cambiar la política de austeridad y seguir en el euro. Las tres juntas eran muy difíciles, pero no necesariamente incompatibles. Exigían una paciencia y una habilidad negociadora que su gobierno no ha tenido. La convocatoria del referéndum no es una inyección de democracia, como dijo Varufakis. Es un intento de eludir la responsabilidad por el fracaso.
Alexis Tsipras ganó las elecciones diciendo que quería recuperar soberanía y que no era admisible que Grecia fuera gobernada por correo electrónico desde Berlín. Son frases que hacen mucho efecto, sobre todo cuando una parte de la población pasa hambre, como hoy en Grecia, para vergüenza de toda Europa. Pero son palabras demagógicas, vacías. Al adoptar el euro, los ciudadanos griegos renunciaron democráticamente a una parte de la soberanía de su país. Nadie se la quitó. La depositaron voluntariamente en Bruselas –no en Berlín–, como lo hicimos nosotros y como lo hicieron los otros países de la eurozona. Ahora no pueden invocarla para sustraerse a sus obligaciones.
El problema griego tiene muchas capas, muchos ángulos. Es difícil llegar a conclu-
No se puede decir que la posición del resto de Europa sea una ofensa a la soberanía griega
siones claras. Pero hay una que no creo que sea muy discutible. Los parados y los pensionistas no tienen la culpa de lo ocurrido. En cambio, los políticos que han estado falseando las cuentas durante años, que han comprado el apoyo de los votantes con ventajas fiscales que sabían que eran insostenibles y que nunca han tenido la honestidad y el coraje de decirles la verdad sobre la bancarrota del país, tienen una buena parte de culpa. La tragedia es que los líderes de Syriza tampoco tienen el coraje de decirles que, sin la ayuda de sus socios europeos, Grecia no puede evitar el colapso de su sistema financiero, salvo que renuncie al euro. Prefieren echarle la culpa a Bruselas y continuar engañándoles.
Pero dudo que les puedan engañar durante mucho tiempo. El referéndum se volverá contra ellos.