Libreros y salmón noruego
Tal vez el sector del libro lo esté pasando mal; pero, en todo caso, se lo pasa muy bien
“¡Mamá, me estoy deshaciendo!”, gritó asustado el hijo de Alexandra Pujol. Acostumbrado al clima de Fedrikstad, cuando sudó por primera vez en su vida, creyó que se fundía como un helado. Un día, en casa de unos amigos en Barcelona, lo encontraron jugando frente a la puerta abierta del congelador. No estaría mal que en la librería Laie hubiera congeladores para los muchos asistentes a la fiesta de presentación de las tres primeras entregas de Mi lucha, de Karl Ove Knausgard.
En la sala adyacente a la terraza, donde el periodista Antonio Lozano y el escritor Eduard Márquez leen algunos fragmentos de los libros, se sirven típicos productos noruegos que no pegan con el calor: canapés de finísimo salmón, una bebida helada de vodka y limón que entra muy bien, y unos caramelos Daim comprados en Ikea –o sea, suecos–, aunque nadie tiene por qué saberlo. Pujol, traductora de Knausgard al catalán, ha traído unas albóndigas que facturó desde Oslo en la maleta. Por lo visto, la carne picada en los países nórdicos es una cuestión seria, equivale a nuestras croquetas: ningunas son tan buenas como las de la madre o la abuela. Ella compró las albóndigas en el súper, porque Eugènia Broggi, fundadora de L’Altra Editorial –que se ha aventurado a publicar esta obra magna, en castellano en Anagrama–, le pidió un menú que apareciera en L’illa de la infan
tesa. Pujol suspira: “¡Justamente en ese libro comen muy mal!”. No las pruebo.
En una pantalla gigante, se proyecta una entrevista vía Sky- pe que le hicieron al autor. Siempre he pensado que, si una mujer escribiera las cosas que escribe Knausgard, la encajonarían en eso llamado literatura femenina. Él cuenta discusiones familiares, la muerte del padre, cómo cambia pañales, liga con una bibliotecaria o describe el primer parto de su mujer. Me regaló Un hombre enamorado un hombre que no lo estaba, y desde entonces amo a Karl Ove.
Antes Lozano ha contado que lo entrevistó y que su furgoneta huele a perro, porque tiene mu- chos, y que espera que sus hijos le perdonen cuando entiendan lo que ha escrito.
La gente se deshace, se funde. Y se abanica como puede. Luego, ya en la terraza, donde corre una brisa feliz, Kiko Amat y Miqui Otero, directores del Festival Primera Persona, pinchan junto a Uri Amat las canciones favoritas del autor, que apare- cen en las páginas de sus libros. Francesc Serés saluda un segundo y se va. Veo a Yannick Garcia, Anna Guitart, Octavio Botana, Laura Fernández –que se ha tatuado un astronauta en el antebrazo para verlo cuando lee–, a Patricia Escalona, Paula Cifuentes, Eva Piquer.
A muchos volveré a encontrármelos en el Premi Llibreter, en la Antiga Fàbrica Damm. Como por ejemplo a Marina Espasa, Elisenda Figueras, Lali Gubern, Lluís Morral, encargado de entregarle el galardón de Al- tres Literatures a Maylis de Kerangal por Reparar a los vivos, y también a Jorge Herralde, que lo recibe por la parte que le toca como editor, junto a Rosa Rey, que ha publicado la versión catalana en Angle. Hace justo un año que Silvia Rodríguez, antes responsable de prensa de Grup 62, trabaja en Angle Editorial; el premio es para ella como un regalo.
Emily Hugues se lleva el del mejor álbum ilustrado por Salvaje (Libros del Zorro Rojo). Y Joan Benesiu, que recibe el de Literatura Catalana de manos del conseller Ferran Mascarell, cuenta el periplo que pasó para publicar Gegants de gel: tras el silencio inquietante de quien hasta entonces era su editor, recibió un e-mail del Grup 62 en el que le decían estar muy interesados en su manuscrito, blablá, le hicieron la pelota, blablá. Y al final, le invitaban a que pagara para publicar en su sello. Es decir, que se autoeditara. En 62, ese gigante de hielo. Él le pasó el libro a Manuel Baixauli, que publicó un texto elogioso en Babelia. Y al día siguiente, a las diez de la mañana, tenía tres ofertas. Así es como la editorial Periscopi vuelve a llevarse un Premi Llibreter, después de que el año pasado lo hiciera con
Ànima, de Wajdi Mouawad. Alguien compara Periscopi con Libros del Asteroide, y me pongo a pensar en qué se parecen Aniol Rafel y Luis Solano. Otro alguien se refiere al presidente del Gremi, Antoni Daura, como “el señor de Cuéntame”. Creo que es por el bigote.
Durante un acto presentado por Toni Puntí, la homenajeada Maria Dolors Oranies da la triste noticia de que pronto habrá una librería menos en Barcelona, porque se jubila y bajará la persiana de Viuda Roquer, el pequeño y clásico local de Gran de Gràcia. Otros homenajeados son Maria Carme Ferrer Busquets, de la gerundense librería Empúries, Manel Gràcia, de Salas Llibreteria, Isidre Sala, de El Full de Badalona y Núria Sauret, de Tàrrega, por llevar 35 años dedicados a este oficio.
También están Oblit Baseira de Casa Anita, Jordi Gispert de la Llibreria 22, Isabel Sucunza de la Calders –que salió el otro día en la serie Cites de TV3–, las editoras Silvia Sesé, Ester Pujol, Izaskun Arretxe, Glòria Gasch, el editor de Comanegra Joan Sala, y un largo etcétera que brinda con cerveza.
Tal vez el sector del libro lo esté pasando mal. Pero, en todo caso, se lo pasa muy bien.