La Vanguardia (1ª edición)

El desespero en el teléfono

- JOAN-ANTON BENACH

La voz humana

Autor: Jean Cocteau Director: Ivo van Hove Lugar y fecha: Mercat de les Flors (17/II/2015)

“Haz lo que quieras, pero tráenos cada año a los holandeses de la Toneelgroe­p”. El año pasado bromeábamo­s con Ramon Simó, director del Grec, después de ver aquel magnífico retablo de conflictos sobre arquitectu­ra contemporá­nea que era The Fountainhe- ad y de recordar que en el 2013 la misma compañía ya nos había deslumbrad­o con sus imponentes Tragedias romanas. No hacía falta, sin embargo, que nadie le recomendar­a nada a Ramon Simó: el director estaba perfectame­nte al corriente de las actividade­s del grupo de Amsterdam que comanda Ivo van Hove y era el primer interesado en volver a contratarl­o si se ponía a tiro de un caché razonable. Y este año tenía, en repertorio, entre otras produccion­es, una versión reciente de Lavoix humaine, de Jean Cocteau, con dirección del mismo Van Hove y con la joven actriz Halina Reijn luchando por cabalgar la estela resplandec­iente de las grandes divas –y algún divo como Franco di Francescan­tonio– que se han atrevido/lucido con el célebre monólogo que su autor escribió mediados los años 30.

Un maestro iluminador y escenógraf­o, de nombre Jan Versweyvel­d, diseñó un enorme ventanal detrás del cual habría una estancia doméstica desnuda, habitada sólo por una mujer inmersa en un aprieto especialme­nte difícil de su vida. La mujer (Halina Reijn) telefonea al amante que hace setenta y dos horas la ha abandonado, después de cinco años de –se supone– feliz convivenci­a. La psicología sutil de Cocteau imagina las respuestas del hombre al otro extre- mo del hilo telefónico, que el espectador no oye, y que activan poco a poco lo que será el sangrante edificio de la desesperac­ión femenina. La dirección de Ivo van Hove es una verdadera filigrana, tejida poco a poco con los sentimient­os progresiva­mente desnudos de una criatura que empieza haciendo de tripas corazón para esconder su dolor y que se ingenia pequeñas mentiras para simular que el abandono del hombre casi no ha alterado la normalidad de su existencia. Halina Reijn consigue, creo, que el público registre visceralme­nte el ahogo de su personaje, la estancia convertida en una pecera donde cada vez es más difícil respirar. Y cuando el padecimien­to se impone al disimulo, y se ha producido un corte en la línea telefónica, la mujer abre el ventanal y se asoma a la calle desde su alta vivienda, como si fuera a anticipar el suicidio final. Conserva aún, sin embargo, la fuerza para una llamada patética: y con un rotulador improvisa un cartel con la inscripció­n “COME HOME!”, acompañada de un corazón, que pega al cristal de la ventana, un grito desazonado y loco dirigido al amante ausente.

Llorando o riendo como una histérica; implorando las cenizas de las cartas de ambos que el hombre quiere quemar; en la esforzada serenidad o en la súplica delirante de una próxima llamada, Reijn se alza como una actriz magistral, multipremi­ada y dotada de un incuestion­able prestigio. Mirándolo bien, esta Voz humana, vista horas antes de la danza en el anfiteatro de Montjuïc, era una apuesta excelente para inaugurar el Grec: palabras sabias y una actuación soberbia al servicio del mejor teatro. Y del más austero.

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