Contra el cine lemming
La primera Fiesta de Verano del Cine Catalán tuvo lugar hace siete veranos encaramada a la montaña de Montjuïc. En aquel encuentro pionero en los jardines del hotel Miramar, la ciudad de Barcelona con el mar al fondo era apenas una luz difusa a los pies de los invitados. Convocaba la Acadèmia del Cinema Català para celebrarse a sí misma, a las películas hechas aquí y a sus profesionales.
Con aquella fiesta, el cine catalán, que nunca ha sido demasiado proclive a declararse encantado de haberse conocido, se rendía un homenaje, y aquel homenaje resultó un éxito que ha continuado desde entonces. Cada verano. Dando saltos por la ciudad, de Montjuïc a Pedralbes, de allí al Palau Robert, y luego a la azotea de la antigua Fábrica Damm. Como si buscara acercarse cada vez un poco más a aquel mar que se intuía a lo lejos en aquel primer encuentro.
Algo que al final se ha logrado: la séptima Fiesta de Verano del Cine Catalán, que se celebró entre la noche del jueves y la madrugada de ayer,viernes, tuvo lugar en el espigón de la Mar Bella que ocupa el restaurante Boo. De espaldas más bien a ese restaurante con formas de barco varado, y con el sencillo decorado cine- matográfico de una gran pantalla y la luna llena, que no es poco. Una fiesta en medio de la playa más urbana que uno puede imaginar. Y ahora qué le queda a la fiesta del cine, ¿todos a saltar al mar?
De hecho, no consta que ninguno de los más de 500 invitados al sarao se diera un baño. Ni siquiera Jaume Figueras, que llevaba el bañador puesto, por si la ocasión se prestaba. Seguro que a Ferran Mascarell, conseller de Cultura, ni se le pasó por la cabeza. Y por supuesto no lo hizo Isona Passola, que en su parlamento de presidenta de la Acadèmia desta- có las 48 producciones catalanas que, en lo que va de verano a verano, han recogido más de 119 premios internacionales. Se resiste la taquilla, es verdad. Y los éxitos de público, tan necesarios. Pero ya llegarán.
Ada Colau excusó su presencia. Decepción. Pero allí estaba Marta Baldó, de WAW, para las fotos. Se le parece un montón, y en la distancia resulta tan divertida como dicen que es la alcaldesa de Barcelona. La ceremonia la condujeron con ritmo Me- lina Matthews, tan british y simpática, algo que en ella no es una contradicción, y Maria Molins. Hasta llegar a la gran foto de familia del cine catalán, todos encaramados en el escenario marino. Pero antes, un premio merecido: el Pepón Coromina para El camí mes llarg per tornar a casa, de Sergi Pérez, una película de la que oiremos hablar (todavía más). Veremos cómo le va en los Gaudí.
En realidad se hablaba poco de las escasas ayudas al cine y el impuesto a las telefónicas que inyectará –si sale bien– unos veinte millones al audivisual. Porque ayer era noche de ilusiones más que de negras estadísticas, noche de decir sí más que de no. Como la ilusión de Albert Solé que, finalizando su documental sobre Cugat, prepara una producción con Rutger Hauer, el replicante de Blade runner. Isona Passola, que en aquella fiesta pionera de Montjuïc hablaba de un proyecto que se llamaba Pa negre, hablaba de todo menos del final de su mandato. Por allí se paseaba en impresionante traje de noche, muy malo para echarse a nadar, Aina Clotet. Como se paseaba Natalia de Molina. Kike Maíllo, del que vimos escenas de su próximo Toro, pasó raudo. Como el director Claudio Zulián ¿Hacia dónde irán? Tranquilos, no son lemmings, esos animalitos locos que se lanzan al precipicio a la primera de cambio. Ni ellos ni ninguno de los profesionales del cine catalán. La cosa está difícil, pero nadie va a tirarse al mar. Esta noche, al menos.
La presidenta de la Acadèmia, Isona Passola, destacó las producciones catalanas, que han conseguido 119 premios