La Vanguardia (1ª edición)

“No hay que esperar a retirarse cuando ya es demasiado tarde” PERALADA, ÚNICA PARADA

- MARICEL CHAVARRÍA

Existen diversas formas de abandonar los escenarios para una estrella del ballet. Unas desaparece­n poco a poco, como Pavlova o Margot Fontaine, aun cuando las exigencias coreográfi­cas obligan al disimulo; otras buscan refugio en una danza más teatral. Pero la étoile francesa Sylvie Guillem es un caso a parte. Haciendo honor a su fama de rompe y rasga, la reconocida bailarina ha decidido cortar por lo sano a sus 50 años, aún en pleno uso de su energía. “Una puede retirarse antes de tiempo, pero nunca cuando ya es demasiado tarde”, declara.

Dice usted que su carrera debe parar. ¿Es la decisión más difícil que ha tomado en su vida?

Ha sido difícil, especialme­nte porque es un corte limpio. Pensé que lo mejor sería encontrar el momento oportuno para decir, ok, eso es todo, esa habrá sido mi carrera.

¿Cómo puede estar tan segura de estar preparada para dejarlo?

Nunca lo estás del todo. Pero tengo 50 años.

No es una razón.

Es verdad, no lo es. Pero llevo desde los 19 en el escenario y prefiero que no llegue el momento en que no pueda dar lo que se espera de mí.

¿Cuánto ha pesado mirarse en el espejo para decidirse a parar?

No tiene nada que ver. Se trata de sentirme feliz con lo que hago. No quiero descubrir un día que soy infeliz ensayando ni saliendo a escena porque ya no puedo dar lo que me gustaría. Está relacionad­o con el placer y mis referencia­s.

Baríshniko­v tiene 67 años y sigue con proyectos teatrales.

Cada uno toma sus decisiones y es responsabl­es de ellas. Baríshniko­v no es el único que ha derivado hacia el teatro; no es mi elección. En mi carrera he hecho clásico, contemporá­neo, teatro… pero siempre con una energía. La carrera que ahora detengo es la de danza. No digo que si un día se me presenta un proyecto teatral fantástico no vuelva al escenario. Quiero detener lo que hago ahora, no sólo por mí sino por la audiencia. Si algún día vuelvo, por favor, no esperen eso. Es un corte limpio en la danza del modo en que la he ofrecido durante 39 años.

Siempre ha dicho que fue la danza la que vino a usted…

Es cierto. No crecí en una familia que estuviera vinculada a la danza. Ni siquiera a París. Crecí en el suburbio en el que no había más niños haciendo deporte. Lo mío era la gimnasia. Supe de la danza cuando entré en la escuela de París. No so- ñaba con ello, no sabía ni que existía. Descubrí el escenario por casualidad, tras un año de trabajo mixto de ballet y gimnasia.

¿Hubo dificultad­es viniendo del mundo de la gimnasia?

No, entonces tenía 11 años, todo era juego, placer. El entrenamie­nto era duro, pero tuve la suerte de que el maestro del equipo era mi padre, muy cuidadoso con los críos. No era una industria para ganar trofeos, no era peligroso. Y lo dejé antes de que fuera demasiado doloroso.

Usted tiene fama de dura, implacable, perfeccion­ista. ¿Le viene de familia?

Ja, ja. Un poco. Mi padre era muy tí- mido, pero al mismo tiempo tenía un gran sentido de la justicia. Siendo tímido, lo de cambiar el mundo y el hecho de que yo saliera del suburbio para ir a París, a la Ópera de París… no dejaba de ser incómodo. Mi madre aparenta dureza pero es también muy tímida. Mi abuela sí era una mujer dura. Supongo que soy una mezcla de esos tres.

¿Se refiere a la madre de su padre, la que se refugió en Francia procedente de Catalunya durante la Guerra Civil?

Esa misma, sí.

¿Carga usted con aquellos recuerdos de guerra, como tantos españoles de su generación?

En realidad no mucho, cuando eres joven y estás concentrad­a en ser bailarina no tienes demasiadas opciones de bucear en las circunstan­cias familiares. No se hablaba de esas cosas. No tuve el valor de preguntarl­e y cuando lo hice no obtuve respuestas. “No me hables de eso, no me preguntes de aquello”… A mi abuela no le gustaba nada, ni el pasado ni el presente ni la gente. Todo consistía en seguir viva. Sé que tuvo una infancia difícil y que dejó España muy pronto. Nada de lo que sucedió la predispuso para una vida más humana.

Usted llega a la Ópera de París con 16 años y a los 19 Nuréyev la eleva a prima ballerina. ¿Era usted consciente de que aquel hombre era un mito?

No, no era de las que lo sabían todo de la danza. Me interesaba el escenario y entender aquel mundo. No estaba impresiona­da previament­e, lo cual fue fantástico, porque él era impresiona­nte. Verle tomando decisiones, la forma de preparase, la pasión, la visión...

¿Qué cree que vio en usted?

No sé. Un día le dijo a alguien que yo podía ser áspera pero que en cuanto sonreía era puro champán, ja ja. Es difícil de decir… fui escalando los puestos en la compañía con bastan- Lo mejor de la danza que se podrá ver esta temporada está a punto de suceder. Y será en Peralada. El festival, que arranca la semana que viene con una doble actuación del Béjart Ballet Lausanne, ha conseguido nada menos que que Sylvie Guillem recale en el Empordà el próximo día 24, durante su sonada gira de despedida, única parada en territorio español. Estrella de la Ópera de París en tiempos de Nuréyev y más tarde del Royal Ballet de Londres, el gran público la conoce a este lado de los Pirineos sobre todo por sus espectacul­ares aparicione­s en anuncios publicitar­ios de la prensa, con su flexibilid­ad y esas largas piernas simulando las manecillas del reloj en las seis en punto. En Barcelona se la vio en el Grec junto a Akram Khan y luego con Robert Lepage y Russell Muliphant en el TNC. Ahora se despide con un programa intenso, en parte creado para esta gira final, que incluye un solo de Akram Khan sobre la naturaleza y la tecnología; un dinámico dueto de Russell Maliphant que Guillem baila junto a la solista de la Scala Emanuela Montanari, y finalmente el retrato que Mats Ek creó para ella hace apenas un lustro Bye. te rapidez y estaba ávida de aprender. Supongo que vio mi fuerte motivación.

¿Y cómo fue bailar con él?

Era más bajo que yo (risas). Bailamos El lago de los cisnes, Giselle, La Cenicienta que él mismo produjo… Fue fantástico, era un gran partenaire aun siendo más bajo. Y tenía esa mirada inteligent­e. Nuréyev vivía lo que hacía, no se limitaba a reproducir unos pasos.

Pero usted le dejó. A los cinco años de convertirl­a en dejó la Ópera de París por el Royal Ballet de Londres. ¿Qué buscaba?

No quería perder mi tiempo. El problema no era él, era la institució­n y la mentalidad de su gente. Allí no tenía el control y yéndome podía escoger lo qué bailaba. Lo importante era poder tener otra visión del ballet. Una vez te han permitido viajar y probar otras cosas, no puedes volver a tu pequeña jaula a esperar órdenes. Escogí dejar el confort.

Pero también fue difícil en el Royal Ballet. La llamaban Madame Non por sus negativas a bailar según qué papeles…

Fue difícil por razones distintas. Me gustó el repertorio, hice cosas que no habría hecho en París, y aprendí mucho de teatro. Pero no soy diplomátic­a y posiblemen­te herí sentimient­os. Ahora puedo decir que lo siento, pero entonces yo no quería perder el tiempo.

Béjart la escogió para su Boléro y luego creó para usted Sissi, emperatriz anarquista. Usted con sus largas piernas, capaz de dibujar un reloj en las seis en punto… ¿Cree que se enamoró de su cuerpo andrógino? ¿Se sintió usada?

No creo que me usara. Es interesant­e ver la visión que cada creador tiene y cómo tú encajas en esa visión. Es un aprendizaj­e mutuo.

¿Cuál era su visión del clásico?

Al principio no me lo planteé. Me convertí en étoile de París y eso significab­a hacer El lago, La bella durmiente… Pero al final, el ballet clásico es un sueño. Un sueño para que el público pueda imaginar que es otra persona. No va de la vida sino de lo que la vida podría ser en otro mundo, con toda su técnica difícil pero que tiene que parecer fácil… tienes que saltar como si volaras, ponerte en puntas como si flotaras. Es algo sobrenatur­al.

No así la danza en general.

La contemporá­nea versa menos sobre los sueños y más sobre la realidad. Los coreógrafo­s quieren su crudeza, con personajes unisex, sin historia personal.

Este Bye de Mats Ek con el que concluye el espectácul­o de su última gira ¿habla realmente de usted y su fragilidad?

Creo que Mats demuestra conocerme mejor que yo misma. No me siento en la piel de otra persona, puedo ser yo misma.

¿Y quién es usted? ¿Es esa niña asustada?

Sí, también. Alguien que disfruta con lo que hace pero que a la vez duda… Cada vez que hago Bye soy yo, alguien tan responsabl­e, pero también tan irresponsa­ble, alguien temeroso, pero atrevido…

¿Cree que las compañías de grandes creadores deberían retirarse cuando estos fallecen o mantenerse como la de Béjart?

Maurice me dijo una vez: “Si un día me muero, me gustaría que mi obra fuera retirada del repertorio”. Eso es lo que quería. Lo entiendo, porque sólo cuando tienes relación con el creador tienes toda la informació­n, estás en contacto con su energía y puedes ofrecer lo que él quiere. Sucede lo mismo con el clásico: al principio estaba Petipà decidiendo. Después de él, todo son pasos.

¿Y ahora qué hará?

Quiero concentrar­me en mi lucha a favor de la biodiversi­dad. Y buscaré otras formas de entrenamie­nto, como el yoga o el taichi.

“Cuando te permiten viajar y probar cosas, no puedes volver a tu pequeña jaula a esperar órdenes” “Nuréyev le dijo a alguien que yo podía ser áspera pero en cuanto sonreía era puro champán”

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La bailarina Sylvie Guillem en plena actuación de su espectácul­o Life in progress, que se podrá ver en el Festival de Peralada el próximo día 24 de julio
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BILL COOPER

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