La Vanguardia (1ª edición)

Sonrisas y abrazos

- ARTURO SAN AGUSTÍN

Por qué sonríe siempre el primer teniente de alcalde del Ayuntamien­to de Barcelona, Gerardo Pisarello? Tal vez porque es simpático. O tímido. O quizá porque teme lo peor, que es una actitud muy argentina y que no debe confundirs­e con la intuición ni con el fatalismo. Porque no creo que se ría de los ciudadanos barcelones­es. También Isabel Pantoja sonreía siempre cuando andaba de novia con aquel Julián Muñoz del bigote, los dineros marbellíes y la romería del Rocío. “Dientes, dientes”. Eso le decía la artista al del bigote. “Dientes, dientes. Es lo que más les jode”. Se refería a los fotógrafos, a los que manejaban las cámaras de televisión, y, por supuesto, a los lectores y espectador­es. Contra la envidia, que no es sólo un mal español, la viuda del torero aconsejaba mostrar los dientes. Algo que exige una cierta profesiona­lidad porque algunas sonrisas forzadas pueden parecer muecas siniestras.

Se ve, eso dicen, que hay que dar cien días de gracia o confianza al nuevo político o al que accede a un nuevo cargo. Pero como estos políticos nuevos que sin duda nos merecemos, hacen un despiadado abuso de las nuevas tecnología­s, porque yo me niego a llamarlas “redes sociales”, creo que dos semanas son suficiente­s para intuir lo que podemos esperar, por ejemplo, de la alcaldesa Ada Colau, si la oposición no lo remedia. Asumir la responsabi­lidad es mucho más difícil que sonreír. Así parece entenderlo la nueva alcaldesa, que sonríe incluso más que su primer teniente de alcalde. Lo que quiero decir es que la nueva alcaldesa anda empeñada en querer seguir siendo, a veces, sólo Ada Colau. Algo imposible pese a que lo intente hablando de su trabajo a través de su blog personal. Y no crean que me he vuelto patriota o sensato, en absoluto. Tampoco confundo o finjo confundir la pizza con la ideología, por supuesto de izquierdas, que es a lo que con más éxito se ha dedicado cierto periodista, que va presumiend­o por ahí de ser asesor de Ada Colau.

Ocurre que nada me tuerce más el bocadillo, que a veces desayuno en Farga, que el sarcasmo de algunos burgueses, bastantes, que dicen celebrar las nuevas maneras de Ada Colau y de algunos de sus apóstoles, comedores o no de pizzas. “Aprenderán. Estas cosas: el buen gusto, la discreción, se aprenden. Con los años, claro. Y lo que más me gusta es que siempre sonríen y se abrazan. Como cuando tú y yo teníamos 20 años”. Eso me decía, hace unos días, sonriendo como Gerardo Pisarello, cierta burguesa anoréxica a quien conocí cuando los dos andábamos por la geografía publicitar­ia. “Y, oye, esta chica, la Ada Colau, tiene un cutis magnífico.”

Las mejores brujas malas son las burguesas. Y los mejores zánganos, ya definitiva­mente arruinados por no haber dado un palo al agua en su vida, son los que te dicen: “Pues mira, a mí me parece normal que la Colau haya colocado a su marido y que el Pisarello haya colocado a su mujer. Eso es lo normal”.

O sea, que nada satisface más a ciertos burgueses que las costumbres políticas de siempre y escenas o instantáne­as como las vividas en el ascensor del Ayuntamien­to de Barcelona, puntualmen­te distribuid­as por sus protagonis­tas; instantáne­as en las que aparecían sonrientes y atrapados Pablo Iglesias, Ada Colau y Gerardo Pisarello. O esas otras, resucitada­s, en las que la presunta nueva directora de comunicaci­ón del Ayuntamien­to de Barcelona, Águeda Bañón, aparece en una calle con el pantalón bajado y presumiend­o de braga aguerrida. O meando o fingiendo que mea, siempre en plena calle. Mientras escribo esta crónica aún no se ha oficializa­do el nombramien­to de Bañón. Podría tratarse, pues, sólo de una treta maquinada por el siempre sonriente Pisarello para desacredit­ar a los periodista­s.

En la reciente campaña municipal leí que Xavier Trias había dicho que, cuando era niño, quería ser el Capitán Trueno. Y me cabreé. Me cabreé porque el Capitán Trueno es nuestro, del barrio, y no de la burguesía. Trias, que nunca me retiró el saludo pese a que siempre lo definía como “el alcalde que no tenemos”, podía haber dicho que de mayor quería ser, por ejemplo, misionero, como aquel belga, Jozef de Vanter, que fue a Molokai a cuidar leprosos, pero no el Capitán Trueno. Mientras leía aquella parida electoral tuve muy claro que hacía años que se estaba facilitand­o el desembarco en el Ayuntamien­to de Barcelona a gentes que confunden el gesto con la sustancia y la transgresi­ón, eso tan difícil, con hacer el ridículo.

El verdadero barrio casi nunca hace el ridículo. Y no siempre sonríe.

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. La nueva directora de Comunicaci­ón del Ayuntamien­to de Barcelona en una foto de su blog
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