Sonrisas y abrazos
Por qué sonríe siempre el primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona, Gerardo Pisarello? Tal vez porque es simpático. O tímido. O quizá porque teme lo peor, que es una actitud muy argentina y que no debe confundirse con la intuición ni con el fatalismo. Porque no creo que se ría de los ciudadanos barceloneses. También Isabel Pantoja sonreía siempre cuando andaba de novia con aquel Julián Muñoz del bigote, los dineros marbellíes y la romería del Rocío. “Dientes, dientes”. Eso le decía la artista al del bigote. “Dientes, dientes. Es lo que más les jode”. Se refería a los fotógrafos, a los que manejaban las cámaras de televisión, y, por supuesto, a los lectores y espectadores. Contra la envidia, que no es sólo un mal español, la viuda del torero aconsejaba mostrar los dientes. Algo que exige una cierta profesionalidad porque algunas sonrisas forzadas pueden parecer muecas siniestras.
Se ve, eso dicen, que hay que dar cien días de gracia o confianza al nuevo político o al que accede a un nuevo cargo. Pero como estos políticos nuevos que sin duda nos merecemos, hacen un despiadado abuso de las nuevas tecnologías, porque yo me niego a llamarlas “redes sociales”, creo que dos semanas son suficientes para intuir lo que podemos esperar, por ejemplo, de la alcaldesa Ada Colau, si la oposición no lo remedia. Asumir la responsabilidad es mucho más difícil que sonreír. Así parece entenderlo la nueva alcaldesa, que sonríe incluso más que su primer teniente de alcalde. Lo que quiero decir es que la nueva alcaldesa anda empeñada en querer seguir siendo, a veces, sólo Ada Colau. Algo imposible pese a que lo intente hablando de su trabajo a través de su blog personal. Y no crean que me he vuelto patriota o sensato, en absoluto. Tampoco confundo o finjo confundir la pizza con la ideología, por supuesto de izquierdas, que es a lo que con más éxito se ha dedicado cierto periodista, que va presumiendo por ahí de ser asesor de Ada Colau.
Ocurre que nada me tuerce más el bocadillo, que a veces desayuno en Farga, que el sarcasmo de algunos burgueses, bastantes, que dicen celebrar las nuevas maneras de Ada Colau y de algunos de sus apóstoles, comedores o no de pizzas. “Aprenderán. Estas cosas: el buen gusto, la discreción, se aprenden. Con los años, claro. Y lo que más me gusta es que siempre sonríen y se abrazan. Como cuando tú y yo teníamos 20 años”. Eso me decía, hace unos días, sonriendo como Gerardo Pisarello, cierta burguesa anoréxica a quien conocí cuando los dos andábamos por la geografía publicitaria. “Y, oye, esta chica, la Ada Colau, tiene un cutis magnífico.”
Las mejores brujas malas son las burguesas. Y los mejores zánganos, ya definitivamente arruinados por no haber dado un palo al agua en su vida, son los que te dicen: “Pues mira, a mí me parece normal que la Colau haya colocado a su marido y que el Pisarello haya colocado a su mujer. Eso es lo normal”.
O sea, que nada satisface más a ciertos burgueses que las costumbres políticas de siempre y escenas o instantáneas como las vividas en el ascensor del Ayuntamiento de Barcelona, puntualmente distribuidas por sus protagonistas; instantáneas en las que aparecían sonrientes y atrapados Pablo Iglesias, Ada Colau y Gerardo Pisarello. O esas otras, resucitadas, en las que la presunta nueva directora de comunicación del Ayuntamiento de Barcelona, Águeda Bañón, aparece en una calle con el pantalón bajado y presumiendo de braga aguerrida. O meando o fingiendo que mea, siempre en plena calle. Mientras escribo esta crónica aún no se ha oficializado el nombramiento de Bañón. Podría tratarse, pues, sólo de una treta maquinada por el siempre sonriente Pisarello para desacreditar a los periodistas.
En la reciente campaña municipal leí que Xavier Trias había dicho que, cuando era niño, quería ser el Capitán Trueno. Y me cabreé. Me cabreé porque el Capitán Trueno es nuestro, del barrio, y no de la burguesía. Trias, que nunca me retiró el saludo pese a que siempre lo definía como “el alcalde que no tenemos”, podía haber dicho que de mayor quería ser, por ejemplo, misionero, como aquel belga, Jozef de Vanter, que fue a Molokai a cuidar leprosos, pero no el Capitán Trueno. Mientras leía aquella parida electoral tuve muy claro que hacía años que se estaba facilitando el desembarco en el Ayuntamiento de Barcelona a gentes que confunden el gesto con la sustancia y la transgresión, eso tan difícil, con hacer el ridículo.
El verdadero barrio casi nunca hace el ridículo. Y no siempre sonríe.