Sirtaki en la Moncloa
El rótulo luminoso con el lema “No se puede” permaneció anoche apagado en lo alto del edificio Berlaymont de Bruselas, sede de la Comisión Europea. El Directorio ha perdido el referéndum griego y va a haber consecuencias. “Esta noche se acaba una época del proceso europeo. Se abre una nueva fase para la cual la Unión Europea no está preparada”, escribía ayer por la tarde el periodista italiano Ferruccio de Bortoli, director del Corriere della Sera hasta hace unos meses. Arquetipo del periodismo burgués ilustrado, De Bortoli no saltaba de alegría, ni se dejaba arrastrar por la descalificación fácil de Alexis Tsipras y la coalición Syriza. Cuando hablan las urnas, los demócratas se quitan el sombrero. Y los italianos saben, además, que los griegos siempre han sido duros de pelar.
Si hubiese ganado el sí, el neón con el rótulo “No se puede” iluminaría las noches de Bruselas, enviando un mensaje a todos los rincones de la Unión: “No se pueden levantar barricadas con los adoquines de la vieja soberanía nacional para poner en cuestión el orden europeo”. De haber ganado el sí, con holgura, hoy estaríamos hablando de la inmi- nente formación de un gobierno técnico en Atenas, a la espera de la convocatoria de elecciones en septiembre. Elecciones que podría haber vuelto a ganar Syriza, con un programa corregido.
El Directorio cometió la temeridad de invitar a los griegos a votar contra su Gobierno. Cuando Francia y Holanda votaron en referéndum aquel malogrado proyecto de Constitución europea, finalmente rechazado por la pulsión soberanista, nadie desde Bruselas lanzó severas advertencias a los electores franceses y holandeses. Habría provocado un rechazo todavía mayor. El proyecto constitucional del 2004 valía menos que el statu quo en el Sur de Europa, que es lo que ahora está en juego.
El Directorio pidió a los griegos que se desembarazasen del Gobierno Tsipras y la presión ha tenido efectos contraproducentes. La derrota del Directorio tendrá repercusión en toda la Unión, especialmente en el Sur. La onda de contestación a la política de austeridad ganará fuerza. En Francia sonríe Marine Le Pen y Le Parti de Gauche del jacobino Jean-Luc Mélenchon se coloca en pista de despegue. En Italia veremos madurar pronto la esci- sión de izquierdas del Partido Democrático. Beppe Grillo viajó ayer a Atenas. Matteo Renzi está nervioso. En Portugal, el primer ministro conservador Pedro Passos Coelho puede perder las elecciones generales de octubre.
En España, Podemos salvó anoche el espinazo –se lo iban a quebrar–, y a Mariano Rajoy se le complica el calendario: singulares elecciones en Catalunya en septiembre, en las que el PP puede quedar último –tercer desastre electoral en seis meses–, y riesgo de que el vaivén griego dificulte el discurso de la recuperación. El adelanto electoral es poco probable, pero no imposible.
Grecia no será el inicio de un nuevo 1848 –oleada revolucionaria en toda Europa que cuestionó el predominio del absolutismo– pero cómo decía ayer De Bortoli, empieza una nueva e incierta fase. Las actuales tensiones de fondo no se pueden borrar con consignas. Desde anoche, el enfoque de que todo lo que se opone al PP es “radical y populista” suena a antiguo.
Desde anoche el enfoque de que todo lo que se opone al PP es “radical y populista” suena a antiguo