Volver al pasado, ¡no!
Si me manifesté a favor de la subrogación uterina, la mal llamada madre de alquiler, lo hice basándome en varios pilares de nuestra sociedad democrática, entre ellos la pluralidad confesional y la libre expresión. Esta última no exime de la obligación de quienes tienen influencia sobre amplios colectivos de expresar opiniones que, al menos en el campo de la sanidad, sean rigurosamente científicas.
Supongo que ahora recordar que los anticonceptivos estuvieron prohibidos, hasta 1978, parecerá algo prehistórico. Un año antes, publiqué con Margarita Rivière el libro Anticonceptivos y control de natalidad. En cuya presentación un pequeño grupo de vociferantes mujeres nos increpó por fomentar “la promiscuidad” y por no ocuparnos de temas más importantes de la vida de la mujer. Tuvimos que defendernos de infor- maciones falsas, como que la famosa “píldora” era abortiva o las presuntas usuarias tenían que pasar por la vergüenza de justificar ante el farmacéutico razones ginecológicas, que motivaban la prescripción. Las técnicas de reproducción asistida tuvieron sus detractores, pero alcanzamos un consenso que permitió elaborar una normativa (1988) aún vigente.
Con la subrogación materna ¿hemos de volver al pasado? Una lectura poco profunda del tema levanta ampollas, pero una sociedad democrática tiene mecanismos sobrados para consensuar nuevas leyes o normativas sociales. La subrogación tiene que ser siempre un acto altruista en el que se hermana el deseo común por parte de la que cede temporalmente su útero porque comprende la irrefrenable decisión de quien tiene que recurrir a la subrogación. Esta situa- ción puede facilitar un vil comercio. Para evitarlo, disponemos de la experiencia de estados, como alguno norteamericano, en que está regulada por ley.
La mujer que subroga es sometida a un estricto filtro en el que intervienen psicólogos, ginecólogos que garantizan su aptitud para un embarazo, economistas que comprueban que su economía no necesite aportación alguna. Si a través de redes inconfesables la pareja que quiere una subrogación acepta que se haga en países en que la miseria obliga a las mujeres a trabajar como esclavas o a prostituirse, y en los que no existe ley alguna que regule la subrogación, no estamos tratando el mismo tema. En España tenemos legisladores dispuestos a escuchar a los expertos y a tomar decisiones que ayuden a la mujer, a lograr una maternidad que le es negada si no recurre a la subrogación.