Las firmas no son votos (y viceversa)
Catalunya es un país participativo. Acabamos de ver como de los 34.768 socios de la ANC con derecho a voto (tienen que estar al corriente de pago, un factor de selección natural implacable), 16.239 participaban presencial e informáticamente en una consulta para tutelar los futuros episodios del proceso. Comparada con cualquier participación electoral, estas cifras deberían ser anecdóticas. Pero el contexto de negligencia partidista e hipertrofia del protagonismo de la llamada sociedad civil convierte en instrumental lo que en otro momento sólo habría sido testimonial.
Las firmas de precandidatos a la presidencia del Barça también son un síntoma de la fiebre participativa del país. Aunque incluye momentos de frivolidad y oportunismo, la fase preelectoral es más genuinamente participativa que el elitismo que rige el acceso al palco. Que, sin partidos jugados en el estadio, los aspirantes hayan logrado reunir 26.818 firmas tiene mucho mérito (Bartomeu, 9.124; Laporta, 4.802; Benedito, 3.815; Freixa, 3.289; Seguiment FCB, 2.734; Ferrer, 2.033 y Majó, 1.021). Las fotos de las candidaturas con las cajas llenas de firmas ya se han convertido en un clásico de la liturgia culé. Seguiment FCB las ordenó para que se pudiera leer “Gràcies”, con una composición de significados que habrá hecho feliz a Màrius Serra. En general, las candidaturas apuestan por una sobriedad representativa que justifica la foto de grupo. Que el Barça sea capaz de convertir en espectáculo una ceremonia tan poco deportiva debe interpretarse como la enésima prueba de la polivalencia mediática del club o como la certificación de que cada vez estamos más abducidos por los rituales insustanciales del fútbol.
Tanto el proceso de firmas como lo que a partir del miércoles consagrará la eliminatoria final a la presidencia dignifican la especificidad institucional del club. El precio a pagar por preservar esta seña de identidad son ratos de vergüenza ajena y la convivencia con un inframundo de rumores que fluctúan entre la ocurrencia sórdida y la broma grotesca. Técnicamente, la recogida de firmas permite menos pirulas que antaño. Ya no hay paquetes de adhesiones de contrabando a la carta. Sólo perviven algunas bolsas de fraude en manos de mayoristas de la reventa y focos peñistas que propician un régimen clientelar para mantener privilegios low cost. Con respecto a la intoxicación mediática, todos bebemos de las mismas fuentes envenenadas y, a falta de pruebas documentales, debemos resignarnos a no contar lo que sabemos (que a menudo sólo es lo que intentan hacernos creer que sabemos). Sacar conclusiones precipitadas de las cifras de firmas y, a través de algoritmos domésticos, convertirlas en hipótesis de voto real anima el cotarro pero no es riguroso.
La complejidad del barcelonismo radica precisamente en los círculos concéntricos de compromiso, fidelidad y participación. En la recogida de firmas participa el núcleo más activo del club. Pero los que al final van a votar son los que realmente deciden y casi nunca superan la mitad del censo con derecho al voto. Simplificando, se podrían establecer cuatro grupos. A) Los activistas, que, por interés o convicción, se movilizan en la fase preelectoral. B) Los ejecutivos, que hacen valer la carga categórica de su voto pero se ahorran los preliminares. C) La categoría corporativo-testimonial de los que prefieren practicar el placer de reclamar antes que el esfuerzo de intervenir. D) La más ruidosa y multitudinaria, formada por simpatizantes, anclados en una di-
Que los aspirantes hayan logrado reunir 26.818 firmas tiene mucho mérito
versidad casi unicelular de vínculos sentimentales y unidos por la impotencia de no poder votar (También hay un reducido e influyente sector de culés adictos a los tribunales, pero, por si acaso, mi abogado me ha recomendado que no hable de ellos).
El barcelonismo que más percibimos es, por lógica, el más numeroso. Pero, en la práctica –las firmas lo confirman–, los culés que de verdad deciden quién debe gobernar el club no siempre coinciden con las tendencias más mediáticamente activas. Ahora que se acerca el desenlace, los argumentos serán más definitivos y menos especulativos. Y el peligro volverá a ser interpretar evidencias con los ojos del barcelonismo aparentemente mayoritario y olvidar que se movilizan sobre todo los que no quieren renunciar al privilegio, cada vez más insólito en el mundo del fútbol y menos vinculante en el universo político, de experimentar el valor del propio voto.