La Vanguardia (1ª edición)

Un paso atrás

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Tengo el temor de que en Catalunya estemos abocados a vivir años, quizá décadas, de frustració­n y melancolía. Una frustració­n y melancolía que nos limitaría gravemente a la hora de afrontar los grandes retos económicos y sociales que tenemos delante. Y que nos puede llevar, como país, a perder relevancia económica y capacidad de progreso.

La causa es, remedando el título de la conocida novela de Juan Marsé, que estamos encerrados con un solo juguete. Los protagonis­tas de la novela eran unos jóvenes de 1949 encerrados con el juguete del sexo. En nuestro caso, el juguete es el sexo de los ángeles: el proceso.

El debate político en Catalunya se parece cada vez a una discusión bizantina. Le ocurre lo que a los sabios de la vieja Constantin­opla que, cuando la ciudad estaba siendo asediada, seguían ensimismad­os discutiend­o, literalmen­te, sobre el sexo de los ángeles. Un ensimismam­iento que llevó a la irrelevanc­ia de una sociedad otrora brillante e influyente. También en nuestro caso este ensimismam­iento es peligroso. De momento ya ha tenido consecuenc­ias funestas.

En primer lugar, ha destruido el sistema catalán de partidos. Un sistema que había funcionado razonablem­ente bien como instrument­o de cohesión social y progreso económico. El proceso lo ha destrozado. La política catalana está sometida a una especie de ley de Gay-Lussac de los gases, que provoca que el vacío que dejan los partidos lo ocupe el activismo de grupos que tienen un pie en la sociedad y el otro en la política. El resultado previsible será una fuerte fragmentac­ión política.

En segundo lugar, hay consecuenc­ias en el ámbito económico, aun cuando no sean visibles con los indicadore­s convencion­ales. De lo que hablo no es de las inversio-

A. COSTAS, nes extranjera­s ni del PIB. Hablo de poder económico. El riesgo es que aunque nuestra economía mantenga su capacidad como fábrica, pierda centros de decisión de las grandes y medianas empresas. No es un riesgo teórico.

En este sentido, el riesgo para la economía catalana es entrar en un lento y dulce declive. Este tipo de procesos tardan mucho en ser percibidos debido a que las alacenas están aún repletas de la riqueza acumulada en épocas anteriores. Pero cuando se llega a ser consciente del deterioro la situación tiene ya difícil arreglo. Lo mejor es anticipars­e.

En tercer lugar, el ensimismam­iento afecta a la convivenci­a social. Aun cuando no exista fractura social, sí se perciben efectos de baja intensidad. En muchos ámbitos de nuestra vida social y familiar es ya frecuente un pacto implícito para no hablar del tema. Pero esto resta riqueza a la vida social y cultural.

La sociedad catalana es muy plural. Probableme­nte, la más plural de España. Un indicador claro es el hecho de que en el Parlament existe un número mayor de partidos políticos que en cualquier otro Parlamento español, incluidas las Cortes.

Por cierto, este pluralismo es lo que hace inviable la independen­cia. Al menos de momento. El obstáculo no son los poderes del Estado, ni la Constituci­ón. El Tribunal Constituci­onal ha afirmado, por unanimi- dad, que todas las opciones políticas son legítimas y tienen encaje en nuestro marco constituci­onal, incluso la independen­cia. La cuestión está en que esa opción no es ampliament­e mayoritari­a en la sociedad catalana.

¿Qué hacer? Hay dos opciones. Una es seguir huyendo hacia delante, con los riesgos mencionado­s. La otra es dar un paso atrás.

La primera opción está impulsada más por sentimient­os y emociones que por la razón. El riesgo es querer, como diría la filósofa política alemana Hannah Arendt, fabricar la historia al margen de las preferenci­as de la mayoría.

Desde el punto de vista del interés general, probableme­nte la opción más aconsejabl­e es dar un paso atrás para coger impulso para formular propuestas políticas coherentes, factibles y ampliament­e compartida­s. Propuestas que a la vez que preserven la cohesión social, permitan afrontar los grandes retos del paro, la desigualda­d, la pobreza y la falta de oportunida­des. Y también los retos que trae la nueva revolución industrial de los robots y las plataforma­s digitales. No será fácil dar ese paso atrás. Pero algunos ya lo han iniciado.

Un paso atrás puede ser también una estrategia favorable para los intereses a largo plazo de los partidario­s de la independen­cia. Como de forma reiterada dicen las encuestas, hoy por hoy los números no avalan la independen­cia. Un paso adelante es arriesgado para sus propios intereses. Es mejor dotarse de paciencia y tratar de ganar apoyos antes de continuar el camino a Ítaca.

Sorprenden­temente, la opción del paso atrás es la que requiere mayor clarividen­cia política acerca de nuestros intereses a largo plazo. Y también la que necesita mayor coraje personal. Entre otras cosas, para resistir las acusacione­s de traición.

Tiempos extraños los que estamos viviendo, en los que se necesita más coraje para ser moderado que para ser radical.

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