La Vanguardia (1ª edición)

Más interesant­e que clarificad­or

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Árbitro sin corbata y jugadores con corbata. Escenario impresiona­nte, con una iluminació­n que convierte el plató en una pista de aterrizaje de nave alienígena. Bartomeu empieza nervioso. Devora las palabras más largas de su discurso y ataca preventiva­mente a un Laporta que tarda en reaccionar. Cuando hablan de procesos y marrones jurídicos, el diálogo se envenena. Se intercambi­an acusacione­s y un “ojo con lo que dices” (de Bartomeu a Laporta) que recuerda el cuerpo a cuerpo de un patio de colegio pero que, en Can Barça, suele acabar en querella. La rotación de bloques y el escenario, que imitan la grandilocu­encia de la tradición televisiva de los debates políticos, le quita espontanei­dad futbolísti­ca. Se entiende que el formato no puede parecerse a los corrillos de aficionado­s de Canaletes, pero el lógico reparto de tiempo y el sonido exasperant­e del cronómetro distrae e irrita. Cuanto más se enzarzan Bartomeu y Laporta, más emergen Benedito, despeinado por el aire acondicion­ado y obsesionad­o con Braida, y Freixa, que lo remata todo con el hambre de un inspirado suplente revulsivo. A medida que caen los minutos, da la impresión de que, en vez de aclarar posiciones, el debate las complica todavía más. Es un fenómeno coherente con la energía contradict­oria del club. Que haya cuatro candidatos diversific­a la oferta electoral pero dispersa la tensión narrativa televisiva de una cuestión, el futuro del Barça, que ha sido muy exprimida por todos los medios en los últimos días. La música y la letra de lo que explica Laporta parecen descoordin­adas. Es como si hubiera perdido parte de su identidad y se imitara a sí mismo a falta de argumentos actualizad­os, o, por decirlo en plan futbolísti­co, como si le fallara la punta de velocidad en los metros finales y el instinto asesino. Bartomeu, intermiten­te, matiza las cifras del fichaje de Arda Turan, pero como lo hace con la misma convicción con la que lleva años defendiend­o que Neymar costó 57 millones, se echan de menos unas carcajadas enlatadas.

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