El SNP fuerza a Cameron a aplazar una ley sobre la caza del zorro
La norma que liberaliza la práctica provocó el rechazo escocés
El primer ministro aplaza una ley que liberaliza la caza del zorro bajo presiones
del SNP Prohibida por Blair hace una década, la actividad está restringida pero sigue siendo habitual
David Cameron, bajo presiones de la Inglaterra aristocrática y rural a la que representa, quiere liberalizar de nuevo la caza del zorro. Pero, al menos en primera instancia, ha caído en la trampa que le ha tendido el Partido Nacionalista Escocés, viéndose obligado a retirar un proyecto de ley que había anunciado a bombo y platillo ante la perspectiva de una derrota parlamentaria. Y de paso, ha hecho el ridículo.
Nicola Sturgeon, la líder del SNP, ha ejercido de cazadora, y el pobre Cameron de zorro. Podría decirse que le ha tendido una emboscada, porque en teoría los 56 diputados soberanistas escoceses se abstienen en Westminster de las votaciones que no les incumben (Escocia tiene su propia legislación en la materia). Downing Street contaba con ello, pero no ha sido así.
Una inesperada alianza entre el SNP, los liberales demócratas y el Labour ha obligado a Cameron a abandonar provisionalmente sus planes para reducir las trabas a la caza del zorro una década después de que Tony Blair la prohibiera. Seguro que se trata de una retirada estratégica y volverá a la carga en los próximos meses, pero de entrada ha tenido que tragar quina. “Hemos demostrado la fragilidad de un gobierno arrogante con una mayoría de tan sólo ocho escaños”, declaró una exultante Nicola Sturgeon.
Su victoria tal vez sea pírrica, porque la más probable reacción de Cameron será prohibir directamente que los diputados escoceses puedan pronunciarse sobre aquellas cuestiones en las que su parlamento (Holyrood) goza de autonomía, otorgando a los legisladores ingleses y galeses una especie de derecho de veto en esos temas. “Quieren convertirnos en ciudadanos de segunda clase”, advierte la líder del SNP, que se plantea la conveniencia de apoyarse en esa discriminación para convocar un nuevo referéndum soberanista en Escocia. En política todo está conectado, incluso asuntos tan diferentes como la caza del zorro y la independencia de Escocia, la ruptura del Reino Unido y si se puede utilizar un número indeterminado de perros o sólo dos (como ahora) para perseguir a los animales.
La caza del zorro es un tema absolutamente político. Blair la prohibió en el 2004 porque un considerable número de diputados laboristas querían que así fuera, aunque él personalmente no tenía nada en su contra. De hecho hizo una apuesta con el príncipe de Gales: se jugó una comida a que después de que abandonase el poder el deporte –si es que se le puede llamar así– seguiría practicándose, dijera lo que dijera la ley. Y efectivamente así ha sido.
Se estima que 45.000 personas participan regularmente en la actividad, y un cuarto de millón el día de San Esteban, cuando tienen lugar las cacerías más tradicionales. Oficialmente no hay zorros, sino que los perros siguen la pista de un producto químico previamente diseminado por el campo. Pero si “por casualidad” se encuentran con algún animal despistado, qué se va a hacer si resulta que lo matan… Hecha la ley, hecha la trampa.
La Asociación de Saboteadores de la Caza del Zorro se dedica a vigilar a los terratenientes para denunciar a los que violan las normas. Graban en vídeo las cacerías, rocían los campos con sustancias para engañar a los perros y hacen sonar trompetas para confundirlos. Es una guerra, y en ocasiones tan virulenta que ha causado la muerte accidental de dos personas. “La caza del zorro se sigue practicando, porque hay gente empeñada en que así sea, la policía hace la vista gorda y los castigos son pequeños”, se lamenta Lee Moon, presidente de la organización. Desde el 2004, medio millar de cazadores han sido denunciados, y dos terceras partes de ellos multados. La otra cara de la moneda son los activistas rurales, que insisten en que se trata de la manera más humana de eliminar a unos animales que llegan a convertirse en plaga, y que es una tradición inglesa tan arraigada como la monarquía o el té de las cinco. Para los primeros es una salvajada. Para los segundos, el ejercicio de las libertades fundamentales del hombre.