El muro de Dover
El rico condado de Kent sufre las consecuencias de la caótica situación en Calais
Familias de veraneantes británicos regresan de la Toscana, la Provenza o la Costa Brava con el coche cargado de vino y cerveza (que es más barato en el continente), regalos para amigos y familiares, los rostros bronceados y unos cuantos kilos de más gentileza de la paella y la sangría. Al llegar al Canal de la Mancha se encuentran con las barricadas, la policía, los inmigrantes y el caos. Y cuando consiguen finalmente cruzarlo, en medio del enorme atasco circulatorio en que se ha convertido todo el condado de Kent, respiran de alivio por vivir en una isla y dicen: “Habría que construir un muro”.
Es la postal del verano, y una triste metáfora del mundo en que vivimos. Sólo 150 inmigrantes han conseguido colarse al Reino Unido, pero los políticos hablan como si se tratara de la invasión de los hunos, y de una amenaza para la supervivencia misma del Estado de bienestar que David Cameron pretende cargarse. Y eso que la asistencia que perciben los asilados es de 200 eu- ros al mes, una de las más bajas de la UE. Aunque miles de sudaneses y costamarfileños se sumasen a las colas de la Seguridad Social, y buscasen hospitales y escuelas para sus hijos, el sistema ni lo notaría.
Pero todo es una cuestión de percepciones. Y ahora mismo la percepción –alimentada por el gobierno- es que de este lado del eurotúnel impera el orden, y del otro lado el caos. Que hordas de inmigrantes africanos y asiáticos quieren venir a Gran Bretaña porque es un país maravilloso donde hay trabajo y se vive bien (en realidad Alemania y Escandinavia son los destinos preferidos). Y que la manera de impedirlo es fortificarse, construir un muro, como en Israel, Melilla o la frontera entre Estados Unidos y México. Seguridad, firmeza, mano dura.
En vista de que el mar no parece suficiente obstáculo, y hay algún que otro inmigrante que se cuela en los camiones y los vagones del tren, Cameron ha recurrido al ejército para preservar las sacrosantas fronteras británicas. La prensa de derechas como el Daily Mail le pide que mande los soldados a Calais, como si fuera Afganistán o Siria, para erradicar el problema. Pero persuadir al presidente socialista François Hollande de que acepte tan generosa oferta para resolver una crisis no militar sino civil va más allá de las habilidades diplomáticas del primer ministro, que por el momento se conforma con enviar del otro lado del Canal alambre de púas y ma- teriales para fortificar la terminal de los ferrys. Si el muro no puede ser un lado, que sea del otro.
El exministro laborista Jack Straw ha pedido la restauración de los controles fronterizos dentro de la UE, para dificultar el tránsito de los inmigrantes y disuadirles de cruzar el Mediterráneo. Es el sueño del establishment inglés (y de otros sitios): una Europa sin unidad política, sin derechos para los trabajadores y a ser posible también sin Schengen, pero con mucha flexibilidad laboral, donde se muevan libremente los capitales pero no las personas.
No sólo la fe mueve montañas, sino también el miedo. Y mientras para la mayoría de ingleses se trata del miedo a una invasión de ilegales, pa- ra los habitantes del próspero condado de Kent es un problema muy real que ha complicado la vida de la gente. Pero no por culpa de los extranjeros, sino de los miles de camiones que han convertido la autopista M20 (la ruta natural de Londres al Canal de la Mancha) en un aparcamiento masivo, y asfixiado las carreteras secundarias. No se puede circular. Hacen falta horas y horas –y toneladas de pacienciapare recorrer con el coche distancias que normalmente sólo llevan veinte minutos.
Los comercios se quejan de la pérdida de clientes. Los médicos y hospitales, de que los pacientes cancelan sus visitas. Los trabajadores, de lo mucho que hay que madrugar para ir a la oficina. Los jefes, de que los empleados tienen excusa para llegar tarde. Las mujeres embarazadas se imaginan un parto en el coche, Se calcula que la situación en el Canal cuesta a la economía 300 millones de euros al día. Y los políticos le echan la culpa a los inmigrantes, ignorando que el origen de todo es un conflicto laboral en Francia. Nigel Farage y el UKIP (partido antieuropeo) se frotan las manos.
De los 318.000 inmigrantes que el año pasado se unieron a la población británica. la inmensa mayoría proceden de la UE, y no de África o Asia como los que se juegan la vida intentando alcanzar Dover. Y, mientras no se cambien las leyes, ningún muro, psicológico o real, lo habría impedido. Aun así, hay quienes claman por levantar uno.
Sólo 150 inmigrantes han conseguido llegar a Inglaterra, pero los políticos actúan como si fuera la gran invasión