El problema no es Calais
EL drama de la inmigración en el Mediterráneo, ya sea en las costas españolas o italianas, se ha extendido este verano al centro de Europa, que toma con ello mayor conciencia de que el problema es global. El primer ministro británico, David Cameron, ha expresado esta semana su evidente malestar por la multitud de inmigrantes –“enjambre”, ha dicho, en desafortunada y criticable expresión– que quieren entrar ilegalmente a su país, en busca de trabajo, y que se concentran en la localidad francesa de Calais para subirse a los camiones, coches y trenes que circulan por el Eurotunnel, o bien a través de los ferrys y otras embarcaciones que salen del puerto cercano hacia Gran Bretaña.
La tensión es elevada estos días en Calais porque los inmigrantes realizan reiterados asaltos para superar las vallas protectoras frente a unas fue zas del orden francesas que se encuentran desbordadas. Pero también hay tensión entre el Reino Unido y Francia. David Cameron se ha quejado al presidente François Hollande por la falta de eficacia policial francesa para frenar la avalancha de inmigrantes, varios miles de personas, que una vez y otra intentan llegar a Gran Bretaña. Incluso ha ofrecido enviar a Francia refuerzos policiales, perros rastreadores y construir más vallas de refuerzo. Considera el primer ministro británico que lo que sucede es indigno porque crea perturbaciones a los transportistas y turistas que cruzan el canal de la Mancha. Pero, de momento, lo que se ha contabilizado son dos inmigrantes muertos en accidente en los últimos días. La actuación policial, como ha dicho Hollande, debe velar por la seguridad y la dignidad de las personas.
El problema, pese a las tensiones del momento, no es Calais, como tampoco lo es Lampedusa ni el estrecho de Gibraltar. Estos lugares son sólo los síntomas de un enorme problema de fondo: la pobreza extrema, la falta de oportunidades para tener una existencia digna, la represión política o las guerras en los países de los que huyen quienes aspiran a una vida mejor en Europa.
El enjambre de inmigrantes del que se queja Cameron, en una lamentable equiparación de los mismos a nubes de insectos, será cada vez mayor en el futuro y nunca habrá vallas ni policías suficientes para frenarlo. La evolución de la población mundial indica que el mayor aumento de habitantes del planeta se producirá en los próximos años precisamente en África. No hay, pues, que engañarse: la presión migratoria hacia Europa será cada vez mayor y hay que buscar nuevos enfoques y planteamientos más realistas para afrontar el grave problema que supone, tanto para los propios países europeos como por el drama humanitario que sufren los inmigrantes, tratados la mayoría de las veces como delincuentes. Hay que tener presente, además, que esa inmigración que la Unión Europea rechaza hoy la necesitará mañana, a medida que su población envejezca cada vez más.
La respuesta europea a la crisis humanitaria derivada de la inmigración ilegal procedente de África no puede estar presidida por el rechazo violento, los egoísmos nacionales y los intereses de parte, sino por los valores éticos compartidos que Europa reclama como propios, al tiempo que se ataca el problema desde el origen. Es decir, con ambiciosos planes de desarrollo para combatir el subdesarrollo político, económico, social y educativo de buena parte de los países de ese continente, en un auténtico plan Marshall que crease mayor progreso para todos, ellos y nosotros. En cualquier caso la solución debe ser global, no local.