No es el Ritz, pero es un lujo
Pocas veces me he alegrado tanto de llegar a un lugar como la tarde en que vimos aparecer como un fantasma entre la niebla el refugio Estanys de la Pera después de varias horas bajo una tormenta de nieve. Nos quitamos las botas, las mochilas, la humedad, y redescubrimos el placer elemental del calor. Después pudimos disfrutar de una sopa reparadora y de una noche bajo una manta mientras fuera seguía nevando.
Un refugio de montaña, como sabe cualquiera que haya pernoctado en alguno, no siempre resulta confortable. No se elige la cena, se come lo que hay. Se comparte la habitación con desconocidos, alguno de los cuales puede roncar. No suele haber agua caliente, y a veces en invierno ni agua fría cuando se hielan las cañerías. Y una cerveza o una botella de agua pueden costar tres o cuatro euros porque alguien habrá tenido que subirla hasta allí en una mochila o con un helicóptero. Pero el confort es un concepto relativo. No será confortable comparado con el Ritz, pero lo es si se piensa en la tormenta.
Y después está la maravilla de despertarse a la mañana siguiente y encontrarse que ha salido el sol y todo es nieve virgen hasta donde alcanza la vista. El grandioso espectáculo del cielo azul allí donde todo es paz y silencio y el aire es puro y limpio. O de levantarse antes del alba para salir hacia alguna cumbre y ver más estrellas en el cielo de las que se pueden llegar a contar. No es el Ritz, desde luego. Es un lujo aún mayor.