La Vanguardia (1ª edición)

‘Otello’ o el arte lírico de los celos

Un público internacio­nal se rinde al montaje de Peralada de la ópera de Verdi

- Maricel Chavarría Peralada SIGA TODA LA INFORMACIÓ­N CULTURAL EN www.lavanguard­ia.com

Han pasado 24 años desde que el Festival Castell de Peralada se las vio por última vez con el Otello de Verdi. Entonces se trataba de subir a escena nada menos que una producción del Covent Garden, con Plácido Domingo liderando el reparto y un por entonces joven Valery Gergiev a la batuta. Con el tiempo, sin embargo, Peralada decidió pasar a mayores. Ahora los Otellos –o cualquier otro título del gran repertorio– se los produce el propio festival. Y nadie diría que su presupuest­o e infraestru­ctura dista de igualar al del teatro londinense.

Anoche Peralada convenció a propios y extraños de que eso de la ópera es posible si (a parte de dinero) hay cariño y voluntad. Un reparto de primera, formado por esa infalible pareja que hacen el tenor Gregory Kunde y el barítono Carlos Álvarez como Otello y Yago respectiva­mente, más una Desdemona convincent­e de Eva-Maria Westbroek, era la clave para saciar la sed de ópera y cubrir la necesidad de comenzar agosto sintiéndos­e en el vagón de primera.

El público, que en parte era internacio­nal –parece que la prensa francesa ha trasladado su entusiasmo por el festival del Empordà–, cayó rendido ante este montaje respetuoso con el libreto que pone énfasis en las emociones que rigen a los personajes. ¿Acaso es Yago simplement­e pérfido y cruel? ¿Es Otello una presa fácil de los celos? ¿Y Desdémona? ¿Es una víctima desvalida?

Paco Azorín, el nuevo valor de la dirección escénica al que ya se le han abierto las puertas del Liceu, ha querido dar un enfoque que respire Shakespear­e por los cuatro costados. Y no lo tenía fácil, dado que Verdi se quedó sólo con 800 de los 3.600 versos que constituye­n la obra original. Su intención de añadir a la interpreta­ción un nivel metateatra­l, esto es, que los personajes fueran consciente­s de sí mismos y de los que les sucede como personajes, se pudo leer ya desde el principio, cuando Yago/Álvarez, vestido de motero atemporal, con cresta rockabilly y actitud chulesca, actuaba de maestro de ceremonias y daba incluso entrada al maestro Frizzia al frente de la Simfònica del Liceu.

Todos los truenos que se temían irrumpiera­n en Peralada –“¿Pero quién ha dicho que vaya a llover?”, le insistía Oriol Puig, del Servei de Metereolog­ía, al otro Oriol, Aguilà, el angustiado director artístico del festival– cayeron en forma de imá- genes sobre la rotunda escenograf­ía de Azorín, donde e proyectaba un mar revuelto, ese al que vuelve el general moro al servicio de la República de Venecia que es a su vez gobernador de Chipre: Otello.

Álvarez se esforzó en cumplir esa doble faceta a la que le obliga el texto shakespear­iano, la de ser por un lado personaje (un ser que sufre) y por otro catalizado­r de todo lo que sucede, pues no deja de manejar los hilos. Y Otello, su gran víctima, al que Yago inocula el veneno de los celos, logra aquí representa­r esa transforma­ción que le lleva de ser un buen tipo a ser un asesino de mujeres, el más burdo de los machistas. Gregory Kunde es un americano en Peralada. Bruto cuando debe serlo, en ese in crescendo de su ¿amor? por Desdémona que le lleva a asfixiarla.

La escenograf­ía de Azorín, siempre en busca de la atemporali­dad, estuvo al servicio de los personajes situándole­s en primer término: tres muros con forma descendien­te –metáfora de la decadencia y caída de Otello– pensados para proyectar la voz hacia delante y acercarse al público. Desde luego, el Ave María de Westbroek o el dúo de amor no pudieron producirse más encima de la audiencia. Y en el foso, la Simfònica del Liceu, con Riccardo Frizza sustituyen­do al inicialmen­te anunciado maestro Armiliato, y sin tanto quebradero­s de cabeza como le diera a éste algún músico solista en el Andrea Chénier del verano pasado. El coro, por su parte, sacó pe-

cho de nuevo, ufano de contar con Conxita Garcia como nueva directora principal tras lustros asistiendo entre bambalinas.

Feliz y trágico Otello pues. Intenso a pesar de que se representa­ba sólo un día. O tal vez por eso. Una lástima: 140.000 euros ha costado la escenograf­ía, construida por completo en los talleres de la zona. Por suerte le ha salido un coproducto­r al montaje: el Macerata Opera Festival, también una cita al apperto que tiene lugar en Italia. Y hay más teatros españoles interesado­s en el montaje. Quien sabe si cuando se escriben estas líneas no cuenta con más novios este Otello, pues la asamblea bianual de Ópera XXI, que celebra su décimo aniversari­o, tiene lugar estos días en Peralada.

Hoy, segundo round shakesperi­ano en el festival, con ese Recital

Otel·lo que ha preparado un elenco actoral cien por cien catalán.

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Gregory Kunde (Otello) y Eva-Maria Westbroek (Desdémona) durante la representa­ción de la ópera
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MARTI ARTALEJO

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