Europa y el síndrome del estudiante

Procrastinar es una palabra repulsiva que se utiliza a menudo en ese formato periodístico tan en boga que son las listas de diez consejos para superarse a uno mismo. Convertido en mandamiento moderno (no procrastinarás), la psicología de urgencia nos emplaza a afrontar los problemas en lugar de aplazarlos, que es lo que solemos hacer. Pese a su etimología latina, es tan desafortunado el vocablo que cuando nos invitan a eso, a no procrastinar, nos entran ganas de hacer lo contrario: postergar las decisiones hasta que se pudran.

Sin servirse de esta expresión, pero con diáfana claridad, el filósofo alemán Jürgen Habermas ha acusado a los líderes europeos de basar sus políticas en comprar tiempo, a cambio de conceder créditos de miles de millones de euros. Habermas, que no suele conceder entrevistas, afirma en una que acaba de publicar Le Nouvel Observateur que la estrategia de Angela Merkel hacia Grecia ha sido precisamente esa: aun sabiendo que es inevitable una reestructuración inminente de la deuda griega, la canciller aplaza el momento en el que tendrá que explicar a sus ciudadanos/electores que no queda otra opción que invertir en un concepto hoy en día tan obsoleto como es el de solidaridad. Los ultras de Alianza para Alemania y de Pegida ya cuentan las horas...

Mientras tanto, el vía crucis heleno vive hoy otro paso con el regreso a la actividad de la Bolsa de Atenas. Algún agorero preveía ayer caídas de más del 20 por ciento en el momento en que el drama griego vuelva a estar sometido a los vaivenes del mercado. Quién sabe. Hay políticos que han apostado toda su carrera a la máxima de ganar tiempo al tiempo y se han salido durante muchos años con la suya. La mayoría de los estudiantes lo llevan haciendo desde que en alguna caverna remota se fundó la primera escuela. Ahora que tenemos necesidad de ponerle un nombre a todo, lo denominamos el síndrome del estudiante.