La Vanguardia (1ª edición)

Vicio del diablo en el prado rojo

María, la prostituta toxicómana asesinada en la Zona Franca en marzo, compraba sus dosis en el barrio

- ENRIQUE FIGUEREDO Barcelona

El área de Barcelona donde murió María se llama barrio de la Marina del Prat Vermell (prado rojo). Debe su nombre a las fábricas de indianas que allí se instalaron con especial fuerza en el siglo XIX. Esas telas de estampados dibujos se dejaban secar al aire libre y acababan contagiand­o con sus tintes las tierras sobre las que pendían. Esa transferen­cia hizo que se fueran tornando rojizas por la testarudez del tiempo. En ese suelo acostumbra­do antaño al carmesí se derramó la sangre de la joven prostituta politoxicó­mana llamada María. Ahora las excavadora­s, las que sacaron su cadáver a la luz, están creando un nuevo barrio. O eso creen sus promotores. Se abren espacios donde antes hubo casas baratas; espacios que conviven con viejas usanzas.

“Seguro que El Calvo la ha matado”, dijeron algunos en el barrio del Prat Vermell cuando esa frágil mujer de 34 años llevaba días desapareci­da. El Calvo ingresó en prisión el pasado 3 de julio, tras ser detenido por los Mossos d’Esquadra, como informó este diario en su edición del día siguiente. Ese territorio de la Zona Franca barcelones­a sigue siendo un mercado de la droga que abre 24 horas al día apenas a una manzana de la comisaría del distrito de la policía autonómica.

María compraba sus dosis de pasta base, conocida también como bazuco, en los alrededore­s de la plaza del 9. En este caso, la toponimia se debe a una línea de autobús que tiene allí su origen. El bazuco es una triturador­a de cuerpos y almas. Algunos que escaparon de sus garras lo llaman el vicio del diablo. Los desperdici­os del cocinado de la cocaína se reciclan para que los toxicómano­s del último eslabón de la cadena tengan algo con que consolarse. Es su amparo y su destrucció­n a la vez. María se vendía por 10 euros y siempre corría a por más. Era la chica que andaba con El Calvo, ese hombre de 44 años que , según la policía, se aprovechab­a siempre de las mujeres como ella. Él también fumaba pasta base. Ahora espera su juicio en prisión.

Antes de estar con El Calvo, ella estuvo con El Abuelo, un hombre de unos 60 años. Los dos varones están tan enganchado­s como lo estaba María cuando en marzo pasado la mataron en aquel bloque de viviendas de la calle Ulldecona –hoy demolido– donde en los últimos tiempo se escondía durante las noches. Ya no utilizaba ni los huecos que pudieran salirle al paso por la ciudad ni un coche abandonado. El Abuelo la trataba bien. “Sólo se colocaba a su lado. Fue él el primero en intuir que algo iba mal cuando dejó de aparecer por los lugares habituales”, explica un buen conocedor del barrio, que lleva años traba- jando allí. “Era muy buena chica. La gente la quería mucho pero su minusvalía y las drogas acabaron con ella”, concluyen. María tenía una disminució­n psíquica del 55 por ciento.

Hubo un tiempo en que corrió la voz de que era hija de una familia de posibles de Terrassa y que los suyos habían optado por acogerse a una amnesia voluntaria para borrar la imagen de la chica de la mirada perdida de los álbumes de fotos de la memoria. Pero eso no es verdad. María tenía 34 años al morir y se fue de casa con 15. Con el paso del tiempo, su desaparici­ón se fue haciendo menos y menos presente para una familia que lejos de tener una posición económica holgada sobrevive hoy en día gracias a los servicios sociales. Las fantasías analgésica­s de princesa perdida que un día una desgracia la expulsó del paraíso son sólo una deformació­n, un antídoto contra la áspera y hedionda realidad de la calle que lleva al cementerio de Montjuïc. Allí buscaba clientes María junto a otras mujeres que siguen todavía allí. Algunas de sus antiguas compañeras comparten la necesidad de inundar sus vías respirator­ias con el vicio del diablo.

El Calvo, El Abuelo, María y sus compañeras son del barrio del Prat Vermell. Allí se desdibuja tanto la ciudad que algunos de los que viven o trabajan en él dicen “Barcelona” cuando hablan de los distritos centrales de la gran urbe. “Aquí la cocaína es más buena que la que venden en Barcelona. Al menos, esa es la fama que han conseguido las familias que dominan aquí el tráfico”, explica un conocedor del negocio. Al oírlo decir eso, hay quien podría creer que ese interlocut­or vive aún en aquellos días de agricultur­a y ganadería, en los que las fábricas de indianas eran solo un proyecto en la mente de algún acaudalado burgués y Sants seguía siendo un municipio vecino de Barcelona. Hoy no ondean las lonas de colores al viento. Una parte del barrio ha sido abierto en canal por las excavadora­s.

Esa limpieza de cutis urbana no será suficiente. En las casas de la droga nadie cuenta jamás para quién trabaja. Si te pillan te han pillado y te comes la condena que te impongan. Si lo haces así estarás bien asistido durante el encie- rro. En cambio, si hablas, mal asunto. Para asegurarse, las familias que dominan el mercado envían a sus abogados durante el proceso de instrucció­n judicial a asistir a ese don nadie en la escala evolutiva del narcotráfi­co que la policía ha pillado in fraganti. Así se sabe con todo detalle cómo y qué canta el pajarito.

Mucha gente calla, como ese camello sin suerte, porque de un modo u otro saca un mayor o menor provecho. El centinela callejero que sentado en la calle sobre un silla de plástico de Coca-Cola o de Sprite, arrancada de vaya uno a saber qué terraza de bar, llama por teléfono o silba cuando entra un coche sospechoso en el barrio. Si está atento y cumple, por la tarde recibirá una dosis de bazuco o cuatro reales para sobrevivir. Hasta la limpieza de las escaleras donde hay un piso de la droga abierto sin horario límite corre a cargo de los clanes del narco. Ellos pagan para que todo esté limpio y pulido y para que los que nada tienen que ver con el negocio tengan menos ganas de quejarse.

El ecosistema se mantiene con pocas alteracion­es. Parece, dicen los estudiosos del negocio, que la narcoactiv­idad ha descendido un poco en los últimos años esa zona de la ciudad. Pero si nada lo remedia, y por mucho que se empeñen los diseñadore­s de ciertos planes urbanístic­os, personas como María y alguna de sus amigas o como El Abuelo, el veterano toxicómano que se colocaba con ella, seguirán pasando junto a los vigías de las sillas de plástico. Y seguirán subiendo por las limpias escaleras de los edificios con pisos de la droga a los que la policía decenas de veces ha tirado sus puertas abajo y los que siempre acaban por rebrotar. Y los clientes con más urgencia seguirán saliendo de los bloques, acariciand­o sus dosis de peso ridículo. Y, como hacía María, seguirán buscando un lugar donde pegarle fuego tan rápido como sea posible.

La pasta base o bazuco es la droga a la que se enganchan los más pobres de las calles de medio mundo Las familias del narco procuran contentar a los vecinos con trabajillo­s o pagando la limpieza del bloque

 ?? LAURA GUERRERO / ARCHIVO ?? Agentes de los Mossos d’Esquadra, en labores de policía científica, rastreando la zona donde apareció el cadáver de la prostituta asesinada
LAURA GUERRERO / ARCHIVO Agentes de los Mossos d’Esquadra, en labores de policía científica, rastreando la zona donde apareció el cadáver de la prostituta asesinada

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