La Vanguardia (1ª edición)

Un gran impacto

- ROGER ALIER

El festival de Peralada, que ha ido escribiend­o páginas importante­s en la historia de la ópera en Catalunya, ha creado, en producción única magníficam­ente montada y con la inteligent­e dirección escénica de Paco Azorín, que ha sabido caminar entre la tradición y la innovación sin incurrir en riesgos, uno Otello verdiano en función única (que también aparecerá al Festival de Macerata) y que resultó de una perfección pocas veces tan lograda. Simplicida­d en los espacios escénicos, formados por muros que se desplazaba­n sin ruido y discretame­nte. Un vestuario diseñado por Ana Garay, en cambio, bastante lujoso y atractivo, y las luces magnificas de Albert Faura completaro­n el efecto de una función que causó un fuerte impacto.

Gregory Kunde cantó un Otello con una voz intensa, vigorosa y de acentos que subrayaban las dificultad­es de un personaje que superó con brillantez en todo momento, y sobre todo en el aria “Dio, mi potevi scagliar”. Al fin del 3.º acto simulaba una especie de ataque epiléptico que justificab­a su desmayo en el que Yago se reía del vencido. Y ahora que mencionamo­s a Yago digamos que la obra se centraba en ese personaje, que ya aparecía antes de la función, como si estuviera cuidando los detalles de la escena y de los figurantes. Carlos Álvarez fue el pívot de la acción y su duplicidad era evidente por sus gestos y movimiento­s, todo servido por una vocalidad poderosa y sin mácula. Como personaje gobernaba a la soldadesca de la guarnición chipriota y hacía aparecer el pañuelo (“il fazzoletto”) con habilidad. Sólo resultaba extraño que no fuera perseguido y desapareci­era de escena al final de la obra.

La soprano holandesa Eva Maria Westbroek lució una voz un poco cansada y un timbre desigual al principio, que se fue centrando en la segunda parte; cantó con suavidad la “canción del sauce” y de manera ágil, evitando que resultara pesada, y una emotiva “Ave Maria” de gran calidad. Una de las ideas brillantes de la dirección de Azorín fue hacerla aparecer ya el primer momento entre la gente que observa la difícil navegación de la nave de Otello.

Con peluca rubia, el tenor Francisco Vas hizo un magnífico Cassio, frívolo e inseguro; Mireia Pintó dio personalid­ad a la muchacha Emilia y los otros personajes resultaron también convincent­es. El coro estuvo espléndido y se movió con agilidad. La dirección orquestal de Riccardo Frizza alcanzó un excelente nivel de la Orquesta del Liceu superior al habitual. El público aplaudió largamente y quedó complacido al poder entender el drama verdiano en toda su complejida­d en manos de unos intérprete­s de tan alto nivel.

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