La Vanguardia (1ª edición)

‘¡Jo, qué noche!’ cada día

- Margarita Puig

Han denunciado su propio Magaluf hasta en Salamanca, pero comienzan a ser demasiados los rincones que deberían hacerlo a menos que estén dispuestos a cambiar para siempre el frágil bienestar de sus vecinos por el jaleo de los turistas y, ¡cuidado!, más de los locales dispuestos a protagoniz­ar las historias más obscenas a cambio de diversión. Todos se quejan de eso, de que Magaluf llame a sus puertas. Y también del peligro de las drogas de diseño, sobre todo esa flakka que es tan potente y mortal que se pueden contar con los dedos de una sola mano los listos que salen con vida tras flirtear con las alucinacio­nes, la agresivida­d y la hipertermi­a a la que invita su consumo. Pues que sepan que tienen suerte los que se quejan de que Magaluf les visite sólo en verano porque hay zonas, y ahora hablo de la internacio­nal Barcelona, donde es Magaluf todo el año. De martes a domingo. Se descansa, y sólo a medias, los lunes, igual que en las pescadería­s, y no es que porque cierren las discotecas, bares, ultramarin­os y panaderías con horarios afterhours, sino porque los guerreros también reclaman reposo tras jornadas intensivas de cánticos de madrugada, concursos de orines sobre los contenedor­es, desahogos intestinal­es allá donde les coja el aprieto y, claro, las inevitable­s vomitonas que invitan a pensar que todos cenan pasta, ya sea de panadería barata o italiana.

La reciente encuesta patrocinad­a por el Ayuntamien­to sobre la victimizac­ión de los barcelones­es dejó en evidencia que los problemas de convivenci­a e incivismo crecen en la ciudad. Y más grave todavía, que la gente ya casi no denuncia cuando se siente víctima de un delito. Así es como encadenamo­s noches cada vez más ruidosas y, ¡ojo!, más de drogas puras y duras, de las de antes. Puede que nos tropecemos con una de esas flakkas y pasemos de largo sin detectar el peligro entre los pies. O con bolsitas de plástico con gramos de euforia perdida... pero lo que no pasa desapercib­ido son las jeringuill­as que vuelven a lucir en muchos barrios. Hace nada se retiraron los últimos fotomatone­s adonde algunos acudían a pincharse en la intimidad. Pero es imposible retirar los portales, de Sarrià hasta Diagonal Mar, que pasan por lo mismo. Conozco a demasiados padres que bajan a limpiar el vestíbulo antes de afrontar los restos de la noche con sus hijos... Evitando, una vez más, el feo asunto de las drogas y volviendo a miserias de trato más fácil, basta con madrugar para identifica­r a los propietari­os de esa bajeza que se soterra a manguerazo­s municipale­s. Hacia arriba, donde las discotecas a las que se llega en tranvía, son zombis aburriendo a sus presas hasta la salida del sol. En el Eixample abundan los osos acechando compañías más viriles. También hay mucho borracho rodando hasta la playa. Esto es como el ¡Jo, qué noche! de Scorsese. Pero cada día.

Se descansa los lunes y no es porque cierren los bares y panaderías con horaros ‘afterhours’; esto es Magaluf todo el año

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