La Vanguardia (1ª edición)

Los dominguero­s modernos

Una jornada musical en el Piknik Electronik Una alternativ­a para los días festivos en la ciudad

- Llucia Ramis

Recuerdo la primera vez que fui al Nitsa Club, en la sala Apolo. Fue durante la llamada Barcelona del diseño, en la que todo lo era: las tiendas, la música, las drogas, la estética. El local que Carles Flavià regentaba en la plaza Joan Llongueras, famoso por su pista de baile giratoria y protagonis­ta reciente de un documental nostálgico, se había quedado pequeño. Corría 1997 y yo era algo así como grunge. Los chicos que hacían cola llevaban jerséis a rombos un par de tallas pequeños y les dejaba el ombligo al descubiert­o; las chicas, una mochila minúscula a la espalda y, a veces, una piruleta.

Estaban todos delgadísim­os. Dentro, bebían agua, cerraban los ojos, levantaban la cabeza y, aje- nos a la luces y el mundo, movían las manos como si boxearan a cámara lenta, sus cuerpos casi quietos. En eso consistía aquel baile introspect­ivo, mientras el ritmo los transporta­ba a una especie de karma que nunca logré alcanzar.

A la salida del funicular, los do- mingos de verano desde hace tres años, ese ritmo retumba en algún punto del parque de Montjuïc, melodía minimalist­a y repetitiva y, de vez en cuando, agudos in crescendo. Basta con seguir su eco, de camino a los jardines Joan Brossa. Tres chicos le preguntan a un latero dónde está el Piknik Electronik y él hace un gesto con el brazo: “Arriba”, les vende una cerveza para el trayecto. El

Generalmen­te aburrida los domingos, ahora Barcelona se ha convertido en the place to be

cielo es azul, pían los pájaros, huele a árbol y los teleférico­s nos pasan por encima. Algo ha cambiado. La costumbre, tal vez, o toda una cultura, han hecho que, esa misma música que no entendía años atrás me arranque una sonrisa alienada; a mí, que soy la reina del mainstream y el nombre de cualquier dj me suena tanto como el de una bacteria autótrofa. Jimmy Edgar, Thomas Von Party, Catz’n Dogz, Claude Vonstroke.

Entre unas cinco mil y ocho mil personas se dejan poner una pulsera de papel en el acceso; el aforo máximo es de diez mil. Y una vez dentro, padres tatuados enseñan a sus hijos cómo ser modernos en el Petit Piknik, donde hay castillos hinchables con agua, un rocódromo, camas elásticas, un circuito de karts, futbolines retro y diría que un gran tablero de backgammon donde juegan a la sombra de los pinos. La entrada para esta zona es más barata, cinco euros; está activa hasta la siete de la tarde. A la una del mediodía la programaci­ón incluye los nuevos talentos de la escena local barcelones­a, como Cheesemake­r o dj Zero.

En los tenderetes se venden camisetas sexys y hay un gran elenco de food trucks, que incorpora dos novedades: el street food y el social fooding. Lo que viene siendo comida para llevar. La que no se venda se distribuir­á entre los comedores sociales del barrio. La entrada de la zona para adultos, donde actúan artistas internacio- nales desde de las tres hasta las nueve de la noche, cuesta trece euros si se compra antes de las cuatro. La gente se amontona frente a las barras de bebida; antes han recargado una tarjeta especial y, para evitar volver a hacer cola, muchos optan por recipiente­s gigantes de cerveza o de mojito, que luego evacuan en los urinarios prefabrica­dos. El masculino está parcialmen­te tapado por una valla tras unos matojos, lo que no evita que puedas verlos balanceánd­ose un poco, de espaldas, mientras lo hacen.

Aquí y allá hay alfombras de falso césped donde algunos se sientan a comerse un frankfurt. También hay zonas de refrigerac­ión. Son unos toldos con vaporizado­res de agua en los que, cansados de bailar y del sol, los asistentes se quedan un rato hasta que sus ropas se empapan. La tierra está encharcada y sus pies en hawaianas se embadurnan de fango. Sobre estas neoduchas pone: La Freska. Todo va con k, que es la letra transgreso­ra con la que se escribe okupa, friki o punk. El Piknik Electronik también se celebra en Montreal, Melbourne, Cannes, París, Lisboa y Dubái. Entre abril y junio, Montjuïc acoge el Brunch Elektronik. El concepto viene a ser el mismo; palabras molonas para no reconocer que, en cierto modo, se reeditan las costumbres de toda la vida, como la merendola dominguera con los niños y también los bailes populares.

De hecho, esos pasitos que dan los que están más alejados del escenario, mientras asienten rítmi- camente con la cabeza, no distan tanto de los pasos de la sardana; sobre todo cuando los agudos entran in crescendo y ellos levantan los brazos. Pero metámonos en el meollo para analizarlo.

Delante del dj de turno –pongamos que es Robag Wruhme– una masa de cuerpos contonea los hombros. Ellas con el pelo rosa, ellos sin camiseta, todos con gafas de sol reflectant­es, mucho guiri. “¿Qué haces?”, me pregunta una con un aro en la nariz. Habrá descubiert­o por mis pintas aburridas que no soy una habitual. Se llama Meritxell, suele venir más a los brunch. Cuenta que hizo un estudio sociológic­o para averiguar si el éxtasis del público era real o postureo. “¿Y sabes cuál fue el resultado?”, pregunta retóricame­nte, que significa que no espera respuesta: “Que el 95 por ciento posa y los demás van muy pasados”. Le pregunto si una chica que no cumpliría con la normativa urbanístic­a por la que hay que ir vestido en la calle, subida a una silla de plástico y que parece rogar que la abduzcan, está flipando de verdad. Meritxell chasquea la lengua. Sentencia: “Postureo”. ¿Y aquel grupo de bárbaros que se abrazan en círculo y saltan todos a la vez? Sacude la cabeza. ¿Y este que se ha enfundado las piernas en un disfraz por el que parece que un oso de peluche lo lleve a caballito al lado de otro con una máscara de Batman? Vale, es obvio.

Generalmen­te aburrida los domingos, ahora esta ciudad se ha convertido en the place to be, y el Piknik es un must. Tras este despliegue de modernez, de vuelta al metro, ella misma se apunta a la pose y se deja acariciar por los últimos rayos del sol. Ante lo cual, sólo puedes rendirte y exclamar: “¡Joder, Barcelona, para ya de molar!”.

Entre 5.000 y 8.000 personas acuden cada domingo al festival electrónic­o en Montjuïc

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ANA JIMÉNEZ Centenares de personas disfrutan de las matinales musicales de verano cada domingo en el parque de Montjuïc
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ANA JIMÉNEZ Alfombras de césped artificial permiten el descanso de los modernos dominguero­s
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ANA JIMÉNEZ Muchos asistentes al Piknik acuden a esta cita semanal acompañado­s de sus hijos
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