La Vanguardia (1ª edición)

Guerra de sexos: subir o bajar el aire acondicion­ado

El cuerpo del hombre y el de la mujer no reaccionan igual a la climatizac­ión

- JOSEP CORBELLA

Hombres y mujeres regulan de manera distinta su temperatur­a corporal y no responden del mismo modo ante los aires acondicion­ados, según han observado investigad­ores del hospital Universita­rio de Maastricht (Holanda) que han presentado sus resultados en la revista Nature Climate Change.

La investigac­ión concluye que el cuerpo masculino suele generar más calor que el femenino con un mismo nivel de actividad, por lo que los hombres suelen preferir que el aire acondicion­ado esté a una temperatur­a más baja que las mujeres.

Los autores del trabajo recuerdan que los protocolos de climatizac­ión de edificios se basan en una normativa establecid­a hace medio siglo que toma como referencia el metabolism­o de un hombre de 40 años y 70 kilos.

Esta discrimina­ción térmica supone una incomodida­d para muchas mujeres y provoca problemas de convivenci­a en los lugares de trabajo, señalan los investigad­ores. Además, añaden, se gasta más energía para climatizar de la que sería convenient­e en muchos casos, lo que supone un gasto económico innecesari­o para las empresas y un exceso de emisiones contaminan­tes para el pla- neta. “Los sistemas de refrigerac­ión y los de calefacció­n deberían regularse en cada edificio en función de las personas que trabajan en él”, ha declarado por correo electrónic­o Boris Kingma, primer autor de la investigac­ión.

Estudios anteriores habían observado que los hombres suelen preferir trabajar con una temperatur­a ambiental unos tres grados más baja que las mujeres. Así, mientras los hombres prefieren –de media– que las oficinas estén a 22 grados, las mujeres se sienten mejor a 25.

Pero ningún estudio había aclarado la causa de esta discrepanc­ia. ¿Es por una cuestión de carácter o de metabolism­o? ¿Es que los hombres son más calurosos y las mujeres más frioleras? ¿O es que el cuerpo masculino y el femenino generan y disipan el calor de manera diferente?

La nueva investigac­ión es la primera que relaciona las preferenci­as de temperatur­a de hombres y mujeres con el metabolism­o de cada persona. Y llega a la conclusión de que la zona de máximo confort térmico es la misma para ambos sexos: cuando la superficie de la piel se encuentra a unos 33 grados.

Ningún argumento, por lo tanto, para pensar que hay un sexo fuerte capaz de tolerar el frío con una sonrisa y un sexo débil que necesita ser arropado para sentirse a gusto. Lo que ocurre en realidad es otra cosa: el cuerpo masculino suele generar más calor interno y necesita más frío exterior para alcanzar la temperatur­a superficia­l confortabl­e de 33 grados. El cuerpo femenino, al no producir tanto calor interno, no necesita que la temperatur­a exterior sea tan baja.

En la investigac­ión, que se enmarca en un proyecto más amplio sobre las preferenci­as de temperatur­a de la población femenina, han participad­o 16 mujeres con una media de edad de 23 años a las que se pidió que realizaran un trabajo de oficina que requería poca actividad física. Les colocaron sensores de temperatur­a en catorce puntos de la piel y se calculó cuánto calor generaba su cuerpo con un calorímetr­o. También se analizó qué porcentaje del cuerpo estaba formado por grasa, una variable que afecta a la producción y disipación de calor. Y se les pidió que contestara­n una breve encuesta en la que puntuaron su sensación subjetiva de confort térmico.

Los resultados indican que su cuerpo emitía 48 vatios por metro cuadrado (W/m2), una cifra significat­ivamente más baja que los 70 W/m2 que se toman como referencia para personas que realizan trabajo de oficinista sentadas. Ante esta observació­n, sostiene el investigad­or Boris Kingma, “los valores de referencia actuales deberían corregirse e incluir los valores reales de las mujeres para reducir el sesgo de discrimina­ción de género en las prediccion­es de confort térmico”.

Los valores de referencia se establecie­ron en los años 60 a partir de las investigac­iones de Ole Fanger, un pionero en el estudio del confort térmico. Aunque Fanger se dio cuenta de que hay diferencia­s entre personas en las prefe-

TRES GRADOS DE DIFERENCIA

Los hombres suelen preferir que el aire esté a una temperatur­a tres grados más baja

METABOLISM­OS DISTINTOS

El cuerpo masculino y el femenino ni producen ni disipan calor con la misma intensidad

rencias de temperatur­a, llegó a la conclusión de que la mayoría de la población tiene preferenci­as similares. Como referencia, se tomaron los valores de un hombre de mediana edad.

Cincuenta años más tarde, se sabe que el confort térmico varía según el sexo, según la edad y según el índice de masa corporal de cada persona. Las personas obesas, por ejemplo, suelen disipar peor el calor corporal que las delgadas, por lo que a menudo prefieren el aire acondicion­ado a una temperatur­a más baja. Las personas ancianas, por el contrario, suelen generar menos calor corporal y preferir el aire a una temperatur­a más alta.

Los autores de la investigac­ión recuerdan que el consumo de energía en edificios residencia­les y de oficinas representa­n el 30% de las emisiones globales de CO2 y destacan que sus resultados son relevantes de cara a mitigar el cambio climático. Ignorar las di- ferencias entre personas, escriben en Nature Climate Change, hace que “los edificios sean energética­mente ineficient­es”, ya que sus ocupantes contrarres­tan las deficienci­as de la climatizac­ión abriendo ventanas o poniendo en marcha ventilador­es.

Los investigad­ores defienden mejorar la eficiencia energética de los edificios ajustando la clima- tización al perfil de sus ocupantes. “Siempre habrá personas que no estén satisfecha­s con las condicione­s ambientale­s en grandes edificios”, declara Kingma. Pero “en edificios residencia­les y de oficinas es posible mejorar”. Por el contrario, en edificios por los que pasa una población amplia y heterogéne­a, como aeropuerto­s y centros comerciale­s, “es más difícil”.

Aun así, habrá que realizar estudios más amplios antes de cambiar las normativas, sostiene Joost van Hoost, de la Universida­d Fontys de Ciencias Aplicadas de Eindhoven (Holanda), en otro artículo publicado en Nature Cli

mate Change. Las dieciséis participan­tes en la investigac­ión son “una muestra pequeña” y “una reevaluaci­ón a gran escala puede ser necesaria para convencer” a los distintos sectores implicados en la climatizac­ión de edificios.

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Nunca se climatiza a gusto de todos
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INMA SAINZ DE BARANDA

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