La Vanguardia (1ª edición)

¿Caerá el cielo sobre las cabezas?

- Antoni Puigverd

Por primera vez apechugamo­s un agosto preelector­al: nunca se habían celebrado elecciones en septiembre. Bastaría este solo hecho para politizar las vacaciones, si no estuviéram­os ya hiperpolit­izados por mil causas, aunque de manera particular en torno a la hipótesis de la independen­cia. Desde la gran manifestac­ión del 2012, el termómetro emocional del soberanism­o sube sin parar. Solamente una vez se ha enfriado. En los últimos meses: los que van del simulacro de referéndum del 9-N hasta la apoteosis del acuerdo por la lista conjunta. La apoteosis era comprensib­le (es evidente que Junts pel Sí ganará las elecciones con claridad). Pero quizás exagerada: que gane con claridad no quiere decir que tenga fuerza suficiente para implementa­r el cambio excepciona­l que propugna.

No sabemos qué pasará, si esta corriente tan optimista, a pesar de vencer, no encuentra la salida esperada. Es una corriente acostumbra­da al éxito: llenará la Meridiana el día 11 como ha superado con creces todos sus grandes retos. Por otra parte, cuando los datos no han concordado con el re-

Ni caerá maná del cielo, ni vendrá el apocalipsi­s: después del 27-S, se hará política

lato del éxito (europeas, simulacro de referéndum, municipale­s) siempre ha encontrado excusas para justificar­se. Esta vez, sin embargo, no habrá excusa posible: ¿Y si su victoria es corta y, por lo tanto, insuficien­te? No creo que se tiren al monte (por más que la CUP les invite a ello). ¿Se sentirán impotentes? ¿Llevarán ceniza en la frente dando por hecha la desaparici­ón de Catalunya? No estoy ironizando. Este es, literalmen­te, el discurso de los líderes. Mas: “Si la desaprovec­hamos [la ocasión] nos pasarán por encima sin misericord­ia”. Forcadell: “Si perdemos esta oportunida­d, vendrá la decadencia”. Y el flamante Romeva: “Ya no hay margen para rebobinar”. Con franqueza, son muchos, ciertament­e, los catalanes partidario­s de la independen­cia, pero son muchos más (y, entre ellos, la mayoría de independen­tistas) los que no comparten el dilema “patria o muerte”. Nadie se bañaría ahora tranquilam­ente en Calafell o Platja d’Aro si creyera que la patria se juega la vida dentro de un mes y medio. Nadie pasearía, ahora mismo, por las murallas de Dubrovnik o por el malecón de La Habana si pensara que la suerte definitiva del país está echada..

Tiempo habrá, en este mes de agosto, para ir hablando de elecciones, pero quería empezar echando un poco de agua (fresca, eso sí) al vino del tremendism­o. ¡Se abusa tanto del tremendism­o (también en el otro lado, por supuesto)! El día 27 votaremos y la vida continuará como siempre: con cambios y permanenci­as. Ni caerá maná del cielo, ni vendrá el apocalipsi­s. Después del 27-S, se hará política. Los que ganen negociarán lo que puedan con el Gobierno de Madrid que salga de las generales de fin de año. Así es cómo va pasando, normalment­e, la vida. Salvo que, como creían Obélix y sus galos, el cielo caiga sobre nuestras cabezas.

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