Ocho apellidos catalanes
Ya circula el primer tráiler de Ocho apellidos catalanes, la secuela de Ocho apellidos vascos. Las razones del éxito de esta comedia han sido muy comentadas y las cifras de entradas y descargas asustan. Como suele ocurrir en la industria del entretenimiento, el éxito acaba interfiriendo en la percepción del producto (para ahorrarnos el odio entre partidarios y detractores, recomiendo ir a verla a la primera sesión del primer día, cuando todo está por hacer y todo es posible). En el tráiler salen tres nuevos personajes, interpretados por Rosa Maria Sardà, Belén Cuesta y Berto Romero. La caracterización más explícita es la de Romero, que con barba de imán y gafas de pasta representa al hipster por excelencia.
Para cocinar la expectación hasta el estreno, previsto para un día de noviembre sin especificar (el 20 cae en viernes), la productora ha aplicado una mercadotecnia estándar: propiciar anécdotas sobre el rodaje, explotar dudas sobre el título y especular sobre la identidad de los cameos. El primer tráiler sólo presenta a los personajes pero, a diferencia de tantos otros tráilers, no explica nada del argumento. Miento: sí habla de una con-
En función del resultado de las elecciones del 27-S, ¿la película nos hará más o menos gracia?
sulta y del derecho a decidir. Eso sitúa la película en un contexto que, al igual que la primera, incluirá referencias al presente y a los estereotipos adosados al debate soberanista. A los riesgos y los azares de cualquier estreno habrá que sumarle un elemento nuevo, que altera la inercia del pronóstico. Noviembre cae lo bastante cerca y lo bastante lejos del 27-S, finalmente convocado, pero, en función del resultado de las elecciones, ¿la película nos hará más o menos gracia?, ¿será más o menos oportuna? El modelo de comedia que propone Ocho apellidos vascos parte de una variante clásica, con antecedentes tan exitosos como Bienvenidos al norte (y sus franquicias): un forastero confrontado al impacto cultural de una comunidad que de entrada lo acoge con recelo y una serie de conflictos que, además de propiciar situaciones de humor, conforman un ejercicio de antropología sentimental de trazo grueso. Como ha pasado con otros títulos que aplican este modelo, el público más susceptible suele ser el que pertenece a la comunidad retratada. Aunque en este caso la aceptación ha sido tan multitudinaria que a la fuerza habrá convencido a miles de vascos y de andaluces. ¿Como reaccionaremos los catalanes? Dependerá de cómo los guionistas instrumentalicen los estereotipos, de si se centran más en el contraste de costumbres y de cuál es nuestro umbral del dolor contra el abuso de tópicos. Pero, en principio, existe una tradición local de humor autorreferencial (desde las series que Boadella hacía en La 2, con una desacralización irreverente de La Moreneta, al Polonia de TV3 o a la Jenifer, de Els Catarres). El reto de estas películas radica en lograr superar el prejuicio preventivo que establece que nosotros nos podemos reír de nosotros pero que cuando quien se ríe es un forastero, ya no nos gusta tanto. De hecho, este es el mensaje subyacente –por decirlo con un término clásico de la pedantería crítica– de la película.