La Vanguardia (1ª edición)

Chico y chica en Chicago

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Quisiera relatar el caso de dos jóvenes españoles que se abren paso en Chicago, la segunda ciudad de Estados Unidos. Ejemplos de iniciativa y esfuerzo personal. Pero muestra, también, de una juventud que tiene que trabajar fuera, dejar a su familia y aplicar en el extranjero toda la formación recibida. Ejemplos de esperanza y desilusión, para una juventud que no se merece la situación por la que atraviesa Europa y que se debería corregir, en un golpe de timón, con políticas de unidad, equidad y eficiencia, tan lejos aún de ese balneario en decadencia que va siendo nuestro continente.

El muchacho tiene 25 años. Es burgalés y estudió Ingeniería Industrial en Madrid. De clase media e hijo único. Máster en Chicago, donde trabaja en una compañía de logística realizando modelos de mejora de gestión. Contrato por obra, pero trabajo y promoción asegurados. Tiene cobertura médica. Con un coche alquilado va y viene cada día de su empresa a ochenta kilómetros de la ciudad. Vive en un apartament­o de alquiler con otros dos españoles y su intención es regresar a España, pero añade: “Algún día”. Añora a su familia, la comida y el modo de vida en su país. Pero reconoce que en América tiene más oportunida­des y gana el triple. Sin embargo sólo tiene quince días anuales de vacaciones, incluyendo bajas por enfermedad. La vida no es fácil en ningún lugar. Le pregunto qué tipo de ingeniería le interesa y dice que la relacionad­a con las finanzas. Adivino que se quedará en Chicago.

Ella tiene algo más de treinta. Es de Barcelona y se licenció en Filosofía. Realiza su doctorado también en Chicago, cuyo alto coste paga con la beca de su país –ya se le acaba– y las clases prácticas en la universida­d. Se especializ­a en ética y filosofía griegas. Vive sola en un apartament­o y se desplaza en bicicleta, incluso en el nevado invierno. Avanza en su tesis, que presentará en Chicago, y escribe en inglés. Pero quisiera volver. La vida tampoco es fácil en estos pagos. Una vacuna le ha costado mil dólares. Mejor no ponerse enfermo aquí. Pero ella ya se ha apuntado en la lista de empleo de profesores universita­rios. Parece estar segura de que si vuelve no encuentra trabajo.

Yo admiro la iniciativa y el esfuerzo de los dos. Saldrán adelante. Pero a qué precio: personal, familiar y colectivo. Un dinero y unas esperanzas minadas por una crisis fatal y un modo de afrontarla que posterga la educación, la ciencia y los medios para emprender de verdad.

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