La Vanguardia (1ª edición)

Ya vale con Cecil

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Soy cazador de caza peligrosa, frecuentem­ente problemáti­ca y a veces selectiva, normalment­e en zonas comunales. Cuando practicamo­s esta actividad, vamos acompañado­s por un guía con licencia para cada país, pisteros y un guarda del Gobierno. Además, estamos amparados por el Cites, que es el organismo competente para decidir si se puede cazar o no.

La carne de los animales que abatimos se entrega a las comunidade­s para su consumo. En algunas zonas, a veces, es la única carne que van a consumir en todo el año. El coste de la cacería sirve para la conservaci­ón de los animales. Según mi experienci­a, la coexistenc­ia de seres humanos y determinad­os ejemplares de varias especies no es posible.

He asistido, por ejemplo, a una situación de ataques de leones devoradore­s a agricultor­es, mientras los niños van a la escuela con los mismos leones merodeando. Frecuentem­ente, somos recibidos en muchos poblados como héroes porque cazamos a sus enemigos y defendemos su riqueza, que son sus pingües cosechas.

En África, entre muchos, hay dos grandes problemas. El primero y serio es la sobrecoged­ora pobreza de extensas áreas geográfica­s en determinad­os países: hambre, enfermedad­es, niños que no llegarán a adolescent­es… ¿Por qué no se habla de esto y, sobre todo, qué se hace para remediarlo? Lo que hay que preservar prioritari­amente es la especie humana.

En segundo lugar, el furtivismo organizado. En mi último viaje he encontrado búfalos atrapados en lazos, varios de ellos agonizando. Más grave aún es el furtivismo por el marfil de los elefantes.

El furtivismo sí pone en peligro la conservaci­ón de determinad­as especies ¡Qué poco se habla de esto!

JUAN GINÉ GOMÀ Suscriptor Barcelona

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