La Vanguardia (1ª edición)

Siempre como siempre

- Llucia Ramis

Para los que veranean siempre en el mismo sitio, todos los veranos son también el mismo. La memoria se refugia en el balcón en el que mi abuela sirve pambolis y nos tomamos una cerveza, mientras los llaüts se mecen a nuestros pies y un niño, en el muelle, intenta pescar cangrejos con un salabre. Se pone el sol. En algún momento dejamos de ir a la playa en barca. Sustituimo­s la bicicleta por una Scoopy. Y luego, los agostos infinitos se convirtier­on en una semana arañada. Pero el paisaje –y esto es lo más importante– le sigue siendo fiel al recuerdo, imperturba­ble, de tamarindos y pinos, un mar sencillo con portasses verdes, el cielo en calma, las casas bajas.

En S’Arenal Gran se reúnen las vidas que fueron y también las que pudieron ser; los hijos de los demás marcan el paso del tiempo. Ahora son esos niños los que empiezan a construir, sin saberlo, un espacio para la nostalgia. Ellos reconocen a sus padres como papá y mamá, y yo los reconozco como esos niños con los que hacíamos guerras de agua, al acabar la procesión de la Mare de Déu del Carme, o íbamos a un antro llamado Calipso, ya de adolescent­es, o pasábamos la noche en las verbenas de Felanitx, que entonces aún eran las más famosas del mundo, o eso nos decían nuestros padres, que habían ido a ver un concierto de Mecano en el que tardaron una hora en llegar hasta el escenario. Este año, el pregón de las fiestas de Sant Agustí lo hará un artista más reconocido que el pueblo, Miquel Barceló.

La abuela dejó de fumar el año pasado. Tiene casi 95 y va a nadar cada día. Cotillea en bañador con mujeres que no siempre sabe quiénes son, y que se han presentado como la nuera de la hermana de la vecina de una prima suya. Entonces se entera de que esa vecina murió, y su marido también, y aunque sacude la cabeza como si pensara que no somos nadie, diríais que en el fondo se siente orgullosa, ¡perdedores! Ya no queda nadie de su edad. Mientras nadamos, repite que soy demasiado inteligent­e: “Fes-te la beneita, que sinó et quedaràs ben sola”. Y luego rectifica, porque sola no se está tan mal; conoce a un montón de personas que se casaron sin ganas, y vivir con un tonto tiene que ser insoportab­le. “I quan te’n tornes? Tan prest? I què hi has d’anar fer, a Barcelona? Sempre feina i més feina. Els estius s’han de fer vacances, i el lloc on han has de ser és aquí”.

Quizá vaya a tomar algo con esos viejos amigos, y me contarán que abrieron un negocio y no les funcionó, o sí, o que se casaron, o se han divorciado, o que sus hijos ya van al colegio, y hay que ver cómo te cambian la vida. Y luego preguntará­n: “I tu?”. Entonces, como si formara parte también de Portocolom, contestaré: “Jo? Com sempre. Jo sempre com sempre”.

Reconocen a sus padres como papá y mamá, y yo los reconozco como esos niños con los que hacíamos guerras de agua

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