Mauricio, afluente de culturas
El escritor Mark Twain afirmó que “el paraíso fue creado a imagen y semejanza de Mauricio”, pero esta isla tiene mucho más que ofrecer que hermosos paisajes con palmeras. Aléjate de la playa para comprobar que siglos de inmigración han dado lugar a una cultura diversa, una prosperidad relajada y una gastronomía ricamente mezclada
A las nueve y media de la mañana, el antiguo mercado central de
Port-Louis se ha convertido en un torbellino de color, y el aire sofocante se llena de voces y de un aroma de chiles chamuscados, curries callejeros y mangos maduros. Desde 1844, en este mercado ruidoso, picante y abarrotado, situado en la calle Farquhar, en el corazón de la ciudad, es donde Port-Louis, capital de Mauricio, compra sus provisiones. El alegre revoltijo de francés, criollo, chino e hindi de los clientes y comerciantes es prueba de que Mauricio es mucho más rica y exótica de lo que reflejan los libros de historia.
En realidad, se trata más bien de un relato alegre de piratas, exploradores y comerciantes de especias de las Indias Orientales. En él aparecen marineros árabes, los primeros navegantes holandeses, galeones portugueses, la marina ingles a , terra teniente s franceses, esclavos de Mozambique y Madagascar e inmigrantes de la India y China. Esta magnífica saga se cita así en un floreciente paraíso del océano Índico que, hasta su descubrimiento en el siglo XVI, era uno de los últimos vergeles de la tierra.
La gastronomía local combina a la perfección la tradición criolla con la francesa, la india y la china. En principio conocida por sus playas cristalinas, aguas de color azul turquesa y palmeras propias de una luna de miel idílica, la pequeña isla cobra cada vez más importancia gra - cias a una cocina única y accesible, repleta de platos nativos como el biryani, que se cocina a base de arroz, o el rougaille, una especie de salsa de tomate. Ciertamente, la isla era un pa
raíso inmaculado cuando el explorador portugués Diogo Fernandes Pereira llegó allí por casualidad en febrero de 1507, mientras recorría por primera vez una nueva ruta ha---- cia las Indias Orientales. Pero fueron los holandeses, a partir de 1598, quienes escribieron los primeros capítulos de Mauricio. Introdujeron la caña de azúcar, importaron los primeros esclavos y la nombraron como la conocemos hoy, en homenaje a un rico accionista de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. En 1715, Mauricio estuvo en manos de los franceses, unos años después del abandono de los holandeses. Gracias a los esfuerzos de Bertrand-François Mahé
de La Bourdonnais, un capitán aristócrata y más tarde gobernador, la isla fue rebautizada como Île de France, y floreció hasta convertirse en uno de los lugares más prósperos del océano Índico. Más tarde, cuando los ingleses les quitaron la isla a los franceses en 1810 y abolieron la esclavitud en 1835, llegaron decenas de miles de trabajadores con régi- men de servidumbre desde la India y China, trayendo consigo su propia cultura y sus tradiciones para enriquecer la fusión. La mayoría de estos trabajadores permanecieron en la isla una vez finalizado su contrato, por lo cual, hacia finales del siglo
XX, un lugar donde, doscientos años atrás, no había ningún asentamiento humano, se había transformado en uno de los principales crisoles culturales del océano Índico, y también en uno de los más exitosos.
Mauricio es tolerante, colorida
y cosmopolita. Su fusión de culturas se expresa en las innumerables escenas que se encuentran al explorar la isla, como la de una veintena de trabajadores que pueden estar preparando un asado en una playa cercana a Le Morne Brabant, una zona volcánica en el sur de la isla cuyas cuevas sirvieron de refugio a
esclavos prófugos.
LA COCINA ES RICA Y VARIADA, ACCESIBLE Y REPLETA DE PLATOS NATIVOS COMO EL 'BIRYANI'