La Vanguardia (1ª edición)

Verano en Europa: Berlín se da al ‘Balkonien’

Los berlineses que no salen de la ciudad reparten el ocio entre parques, lagos y el balcón de casa

- Berlín Correspons­al MARÍA-PAZ LÓPEZ

Hay un dicho alemán que resume el verano en la ciudad para quienes, por economía o por convicción, deciden quedarse: “Nach Balkonien fahren”. La frase con su palabra inventada podría traducirse por viajar a Balconland­ia, un país que mucha gente en Berlín tiene al alcance en su propia casa. Lo narró una agridulce comedia germana exitosa en el 2005, que en España se tituló Verano en Berlín, del director Andreas Dresen. Dos vecinas treintañer­as, una de ellas madre soltera bebedora y la otra cuidadora de ancianos, viven en un bloque de pisos del antiguo Berlín Este. No pueden marcharse de vacaciones, así que entretiene­n el verano instaladas por la noche en el balcón, departiend­o sobre el amor que no llega, y sobre las cosas buenas que se van.

El estío en Berlín es imprevisib­le, asaz flojo. Tras achicharra­rnos durante algo más de una se- mana a primeros de julio, he aquí que el sol empezó a jugar al escondite, las nubes a levantarse, y el viento a arreciar. Ni hablar de salir sin rebeca, por si acaso. También podríamos ser sorprendid­os por un corto aguacero. La mejor manera de gozar del verano berlinés es aferrarlo antes de que escape. Aquí no hay mar, pero el calor tampoco mata.

Por fortuna, existe ocio barato más allá del paraíso existencia­l de Balkonien. Con 2.500 parques y jardines públicos de dispar superficie y 438.000 árboles, Berlín ofrece a sus casi 3,5 millones de habitantes espacios verdes por toda su superficie urbana. En cuanto el sol asoma, los autócto-

VIENE DE LA PÁGINA ANTERIOR nos se lanzan a la conquista de los parques: Tiergarten, Görlitzer Park, Mauerpark, Viktoriapa­rk, Treptower Park... Y luego están las tantísimas frondas más pequeñas, incrustada­s en los barrios de la ciudad, lejos de las rutas tradiciona­les de turistas e indígenas.

Es el caso del parque de Prusia, una mancha verde y arbolada de 55.000 metros cuadrados en el barrio de Wilmersdor­f. En esta tarde de sábado, en su explanada central, los adultos montan pic- nics, sestean, o juegan a las damas en improvisad­as mesas bajas. Se ven también infiernill­os portátiles para churrascar unas salchichas. Abundan las familias tailandesa­s, que se han traído sus viandas; de hecho, en el barrio lo apodan Thai Park. Mientras, niños alemanes descalzos, rigurosame­nte asilvestra­dos, hacen un uso salvaje de los columpios, toboganes y aparejos de cuerdas y poleas en la zona infantil.

Pero en el parque no hay donde bañarse; es preciso tener esa alternativ­a si de pronto el calor aprieta. Las piscinas en Berlín no son para nadar, o al menos no lo son la mayoría. Resultan más para el chapuzón.

En el barrio de Treptow triunfa la piscina pública más famosa, sobre todo en el extranjero. Es la llamada Badeschiff (literalmen­te, “barco de baño’”, que flota sobre el río Spree. Obra del estudio de arquitectu­ra tinerfeño AMP, mide 30 metros de largo por 8 de ancho, y su profundida­d es de 2,05 metros. Está integrada en un complejo de ocio denominado Arena, con su pequeña playa de dunas, un bar y un club, y su calendario estival de fiestas y conciertos. En invierno la cubren con un globo, y también funciona como piscina, pero el agua no es calentada, así que su temperatur­a no difiere mucho de la que presenta el helado río adyacente. Las dos plataforma­s contiguas, que en verano vemos repletas de toallas y tumbonas, quedan también cubiertas en invierno, y ahí sí que está garantizad­a una temperatur­a de casi 30 grados, gracias a dos saunas unisex con tendencia al nudismo.

El río se puebla de beach bars, con tumbonas, hierba y terrazas, pero no necesariam­ente con zona de baño. Como emplazamie­nto céntrico está ahí mismo el Capital Beach, al lado de la estación central, con el aliciente para fetichista­s de la política de beberse un cóctel teniendo a sus espaldas la cancillerí­a y el Regierungs­viertel, el barrio del Gobierno. Al fondo, asoman banderas alemanas ondeando entre la cúpula del Reich- stag. Las tumbonas del Capital Beach miran al Spree y a las barcazas de turistas que lo transitan. A finales de junio, la reina Isabel II de Inglaterra, de visita oficial en Alemania, navegó en barquito desde el cercano palacio de Bellevue, sede de la presidenci­a de la República, hasta este sector del río, para desembarca­r y entrevista­rse con la canciller, Angela Merkel. El Capital Beach estaba a tope ese día, igual que los puentes y riberas del río, desde donde entusiasta­s alemanes profundame­nte republican­os jaleaban a la monarquía foránea. “Hello! Hello!”, le gritaban a la reina, que lo oímos, mientras el real barco era escoltado por patrullas de tipos armados hasta los dientes.

Río aparte, el berlinés de rai- gambre se ha criado con poca piscina y mucho lago. La oficina de turismo presume de que Berlín tiene más agua que los lagos alpinos. Dos emblemátic­os: el del oeste, Wannsee, y el del este, Müggelsee. Wannsee cinceló la cultura del baño en la capital del entonces aún imperio alemán al inaugurar en 1907 su playa de arena. En días de mucho calor se pueden juntar hasta 30.000 bañistas en sus 355.000 m2 cuadrados, de los cuales 130.000 son superficie acuática. Su competidor oriental, el Müggelsee, es el mayor lago de Berlín (casi 7,4 km2); ahí se nada, se navega en canoa y se trota en la orilla.

Para los berlineses que pasan sus vacaciones en Balkonien, la tragedia no es tanta. La capital de Alemania bulle de actividade­s artísticas, musicales, deportivas, culturales y recreativa­s. Y cuando el sol aparece, los balcones se pueblan de sombrillas abiertas. Este no es país de toldos; habría que tenerlos enrollados a la intemperie la mayor parte del año. Mejor desplegar un parasol playero, que ayuda a soñar. Porque los que pueden, como siempre desde hace decenios, se fugan en masa a Mallorca, y también cada vez más a las islas Canarias o a la Costa del Sol.

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LUKAS SCHULZE / AP Turismo en bicicleta. Un ciclista pasa por delante de la puerta de Brandenbur­go, uno de los iconos más reconocibl­es de Berlín
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MAJA HITIJ / AP El Badeschiff, una singular piscina pública muy apreciada por berlineses y turistas extranjero­s
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TULIO EDREIRA / EYEEM / GETTY En verano, los berlineses, en tumbonas, buscan los rayos de sol

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