Ópera en el patio de vecinos
QUIEN diga que la ópera sólo interesa a la élite debería visionar alguno de esos vídeos de YouTube que reproducen conciertos improvisados en los mercados o en los vagones de metro. Sólo hay que ver cómo brotan lágrimas de emoción entre el sorprendido público cuando de repente irrumpen los cantantes con sus arias. Lo decía en una entrevista en este diario el tenor Juan Diego Flórez, que actuó anoche en Peralada: “En las inauguraciones de gala sí que hay mucha gente de élite, pero si les preguntas, raramente saben de ópera; la ópera se suele asociar con la pompa, pero se trata de una cuestión de sensibilidad, de si te gusta la ópera o no”. Y ninguna persona con sensibilidad musical puede resistir sin emocionarse un Libiamo de La Traviata en directo, ya sea en el teatro o en un mercado.
El reciente acceso de la izquierda radical a alcaldías importantes revive el debate sobre la ópera y los fondos públicos. Suele ser una discusión cansina, porque se basa en el anacronismo de que la lírica sólo puede degustarse en la platea o en los palcos de un gran teatro con vestuario de etiqueta. Y es cierto que la percepción es esa. A menudo se aprecian actitudes en el mundo de la ópera que, por desgracia, refuerzan el cliché. Por ejemplo, el divismo de algunas estrellas, que sólo se dejan ver en ambientes glamurosos rodeadas de ricos y famosos, levantando una barrera que ahuyenta a las audiencias menos exclusivas. Como tampoco ayuda a popularizar el género el público tradicionalista que abuchea los montajes innovadores, coartando así la libertad de los directores de escena de rescatar vetustos libretos para el público de hoy.
Por parte de las nuevas administraciones, ampliar el público de la ópera requiere ayudar a los teatros a avanzar en sus programas de precios populares y puertas abiertas, pero también llevar la magia del género hasta los escenarios reales donde transcurren los argumentos de las obras: la calle, la playa, los mercados y los patios de vecinos.