La Vanguardia (1ª edición)

Príncipes y escuderos

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En política, el éxito o el fracaso se mide antes que nada por el poder que consigue cada partido. El PSOE logró unos resultados manifiesta­mente mejorables en las últimas elecciones locales y autonómica­s, pero la imagen pública asentada es la del triunfo porque obtuvo importante­s cotas de poder autonómico que antes no tenía. Sólo a los críticos, como Eduardo Madina, les queda el papel ingrato de hacer de aguafiesta­s en medio de la euforia general y recordar que se habían perdido muchos votos con respecto al 2011.

La percepción del fracaso depende también de la diferencia entre las expectativ­as generadas por un partido y los resultados conseguido­s. Si la brecha es importante puede ocurrir que unos resultados objetivame­nte buenos sean percibidos como un fracaso por no haberse alcanzado las metas fijadas de antemano. La última encuesta del CIS es por ello más dolorosa para Podemos que para Ciudadanos a pesar de que es el partido de Albert Rivera el que pierde más posiciones con respecto al sondeo de abril del mismo instituto demoscópic­o.

Podemos se ha presentado públicamen­te como el partido que iba a superar al PSOE, se iba a convertir en el núcleo dirigente de la izquierda y le iba a disputar el poder al PP. Pablo Iglesias ha alimentado esa imagen. En febrero, por ejemplo, cuando se celebró el debate sobre el Estado de la nación, Iglesias lamentó la ausencia del

El CIS castiga ahora al partido de Rivera, pero Ciudadanos mantiene la esperanza de influir en la política nacional

primer partido de la oposición, en referencia a Podemos, y retó a Rajoy a un debate mano a mano en televisión. El miedo a que esa imagen pudiera hacerse realidad estaba agazapado dentro del propio PSOE como se trasluce cuando, tras el 24-M, los dirigentes socialista­s celebran ser la primera fuerza de la izquierda, algo que nadie, salvo Podemos había cuestionad­o.

El sondeo del CIS sitúa a Podemos como un partido importante, pero muy lejos de su objetivo de ser la alternativ­a al PP. Puede ser un partido bisagra, como lo ha sido en aquellas autonomías en las que ha pactado para ayudar al PSOE a alcanzar el poder, pero no es una alternativ­a de gobierno y ni siquiera una alternativ­a de la izquierda. Es duro para quien, pretencios­amente, se había planteado asaltar el cielo del poder tener que reconocer que no tendrá un papel de príncipe en la película sino sólo el de escudero.

Ciudadanos, en cambio, tenía una visión más realista de su propio papel en la política nacional. No se presentaba como sustituto de ninguno de los dos grandes partidos, sino como una formación que, desde su minoría asumida, podía aprovechar el final de las mayorías absolutas para condiciona­r a los grandes a cambio de su apoyo. Así ha actuado tras el 24-Men los pactos locales y autonómico­s, dando el poder a unos o a otros en función de los compromiso­s alcanzados. El CIS castiga ahora al partido de Rivera no se sabe bien si por pactar con el PP, con el PSOE o por hacerlo con los dos a la vez, pero Ciudadanos sigue manteniend­o la esperanza de actuar como bisagra y de influir de manera importante en las grandes decisiones de la política nacional.

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