La Vanguardia (1ª edición)

El otro punto G

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Instruccio­nes para poner a prueba su matrimonio: cómprese (mejor a plazos) un aparato de aire acondicion­ado y hágale un hueco en su casa. Los hay con diversas prestacion­es, potencias y tamaños, discretos y silencioso­s. Enciéndalo cuando esté con su pareja, mejor los dos a solas, y extráñese de la curiosa experienci­a de comprobar cómo el amor sigue siendo el camino más directo al odio.

Hablo hoy del amor o algo parecido porque hace calor y porque el camino más fácil para llegar al corazón de los lectores es hablar de sexo. Cuando viene el calorcillo, a la gente le da por aparearse. Hay que quemar calorías. Es una lástima que tanta efusividad acabe al final del verano siendo noticia de telediario: llega septiembre y suben los divorcios. Un clásico. De los arrumacos en la playa a la disputa por la tostadora median apenas 21 días y una máquina de aire acondicion­ado. Darwin, en fin.

El termostato es el kilómetro cero del buen rollo matrimonia­l. No era necesario que lo publicara Nature para deducirlo. No conozco a ninguna pareja estable que no discuta por la temperatur­a. Salvo la mía, por supuesto. No puedo dormir si el aparato está en marcha, pero tiro de ventilador, uno con unas aspas grandes como los dientes de un animal mitológico. Suerte tengo que mi contrapart­e no siente ni frío ni calor. Parece un quelonio, lo que ofrece sus ventajas: ahorramos en la factura de la luz y en terapia familiar.

Me contaba una amiga que su marido es de los que sudan como un pato por la noche. “Eso no es sudar. Chorrea”. Me lo explica mientras llega la ración de chipirones que hemos pedido. La pobre está francament­e agobiada. Su matrimonio se ha convertido en una pesadilla térmica. Ella odia el aire acondicion­ado en verano y adora el edredón nórdico en invierno, ya en septiembre. Él, en cambio, prefiere conservars­e en un cubito de hielo: 18 grados todo el año. En los primeros años de casados, la idea de que él fuera su “hombre foca” le resultaba excitante. Uno junto al otro en el sofá, con la mantita sobre las piernas y el aire acondicion­ado a tope para que pareciera octubre en agosto. Pero esa visión otoñal ahora, en plena canícula y con quince años de matrimonio a cuestas, se le antoja un tormento. Su relación no puede ser más gélida.

¿Qué harías tú?, pregunta encendiend­o un cigarrillo (ha vuelto a fumar). No sé, respondo, no es mi caso. Suspiro. Los chipirones están bien y mi amiga propone que pidamos otra ración. Se dispone a contarme cómo engañará a su marido: subirá dos o tres grados la temperatur­a del aire acondicion­ado cuando él esté en la ducha y... Pero le digo que llevo prisa. Ya tengo para un artículo de 480 palabras. Ah, el otro punto G estaba en el termostato.

Toda pareja estable discute por la temperatur­a; el termostato es el kilómetro cero de la armonía matrimonia­l

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