La Vanguardia (1ª edición)

‘L’Amour’ lo es más con Flórez

El público de Peralada se entrega al tenor peruano: lo suyo fue mucho más que un simple bolo

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Maricel Chavarría Peralada Ciertament­e, a Juan Diego Flórez le ha cambiado algo la voz. Hay otra potencia, otra densidad, sin perder ese magnífico color que le caracteriz­a. Pero a decir verdad, lo que se aprecia en él es un cambio mucho más profundo: otra manera de situarse en el mundo. Será por sus 42 años, por el nacimiento de su segundo hijo y probableme­nte, y por desgracia, por el reciente fallecimie­nto de su padre, pero el público del festival de Peralada disfrutó anoche de un nuevo Flórez. De un artista que parece haber virado ligerament­e su rumbo vital y acaso encontrado el porqué de su canto, el porqué de una voz que es un bien precioso pero que está al fin al servicio de un arte mayor: el arte total.

Dirigido por el también peruano Espartaco Lavalle, director del Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles que se inspira en el de Venezuela, y a quien Flórez ha nombrado director artístico de su proyecto social Sinfonía del Perú, el concierto operístico con la Orquestra de Cadaqués arrancó con la Obertura de Le toréador de Adolphe Adam, para inmediatam­ente entrar en materia de tenores.

Flórez comenzó por avanzar el aria final de Edgardo, de Lucia di Lammermoor, el personaje de Donizetti que abordará por primera vez en el Liceu antes de que acabe el año. Esa exigente –en cuanto a volumen– “Tombe degli avi miei” era prueba suficiente de la confianza que le infunde a Flórez el hecho de que su voz de tenor lírico ligero se haya vuelto más central, capaz de respiracio­nes más largas.

Alternando con oberturas para descansar la voz –sonaron también la de Carmen, la de La Favorite o el ballet del segundo acto de Les troyens–, el divo se entregó a otras arias de su último disco L’Amour, donde declara verdaderam­ente su amor a la música francesa. Cuanto más romántica, mejor. Flórez era de repente Faust en “Salut! Demeure chaste et pure”, o Werther interpreta­ndo el aria “O nature, plaine de gräce”, para llegar al clímax antes del entreacto con un “Pourquoi me réveliller” que logró quebrar algunos corazones. Quién sabe si entre ellos el de Teresa Berganza, que siguió el concierto desde la primera fila del anfiteatro. ¿Cómo, la mezzosopra­no? ¿La grande del siglo XX?

Tras haber logrado un lleno total en la biblioteca del Castillo, el día anterior, con una charla sobre Victoria de los Ángeles que mantuvo al público en vilo, Berganza permaneció ayer en Peralada. Y tras el concierto asistiría a una cena privada durante la que la presidenta del fes- tival Carmen Mateu le entregaría la medalla de honor del certamen. A ella y a Juan Diego Flórez.

Eso sería después de que el tenor convencier­a al público de Peralada de que, efectivame­nte, tal como aseguró en una entrevista a este diario, no venía al Empordà a hacer un bolo más. “Cada concierto me lo tomo muy a pecho”, decía el divo. Y a por todas salió tras el descanso, con un par de Donizetti seguidos de “L’Amour!... Ah! Lève-toi, soleil!”, de Roméo et Juliette, y un aria de La Belle Hélene, de Offenbach.

Y en los bises no faltaron un aria de Jérusalem e incunables como “Una furtiva lagrima” y “La donna è mobile”, con los que ya puso de rodillas a la audiencia. Y aún faltaba lo mejor: que pidiera la guitarra. Ahí es donde se acortan las distancias y se muestra el hombre más que el artista. Ay, ¿cómo hará Peralada el año próximo pudiendo escoger entre Flórez y Jonas Kaufmann?.

Ay, ¿qué hará Peralada el próximo año, pudiendo escoger entre Flórez y Jonas Kaufmann?

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MIQUEL GONZÁLEZ / SHOOTING El tenor pudo demostrar lo preparado que está para su inminente debut en el papel de Edgardo en el Liceu
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