La Vanguardia (1ª edición)

La inmigració­n desborda ahora a Grecia y Hungría

La Frontex lamenta que los Veintiocho incumplan sus promesas, mientras Grecia ya ha recibido 130.000 inmigrante­s en el 2015, el doble que Italia

- ANNA BUJ Calais. Servicio especial

Pocas personas bajan del tren en la estación de Calais. Es la última de la línea: más allá sólo hay el océano, y el Reino Unido. Hay algunas familias de turistas franceses que todavía quieren disfrutar del clima fresco del verano atlántico y del famoso marisco de la zona. Y jóvenes negros que aspiran a cruzar el canal de la Mancha. No se conocen entre ellos, pero al descender se saludan con gráciles golpes en las manos. Son seis hombres y una mujer que rápidament­e se agruparán y se difuminará­n en la noche de Calais.

Calais era una ciudad turística y con potencial industrial, pero ha sido devorada por “el problema de los extranjero­s”, como llaman a la crisis migratoria. Sigue siendo uno de los mayores puertos de pasajeros del país por su posición geoestraté­gica clave, la misma que le ha arrastrado a esta vorágine. En los bares no se habla de otra cosa que no sea de las 3.000 personas que se agol- pan en la jungla, el campamento instalado a las afueras de la ciudad, a la espera de dar el salto a Inglaterra. Otro pequeño grupo duerme alrededor del faro, en el puerto pesquero, y nadie recomienda acercarse. Los prejuicios y el miedo han se- cuestrado una ciudad antes conocida por su hospitalid­ad.

“Es triste, éramos una ciudad magnífica”, se lamenta la propietari­a de un restaurant­e de menús en el centro de Calais. Los comerciant­es y hosteleros son los que más se han visto afectados por la crisis migratoria. Su establecim­iento sólo ha registrado pérdidas de un 30%, porque tiene sus habituales, pero la hostelera asegura que sus colegas situados más cerca de la playa y del puerto, el lugar más turístico, han perdido un 75 % de sus clientes en el último año. “Es un gran problema, perdemos enormement­e –dice–. Vienen menos italianos, rusos, españoles, pero sobre todo ingleses”.

En las calles más transitada­s, en uno de cada dos edificios hay un restaurant­e, pero la mayoría están vacíos en pleno agosto. La situación geográfica de Calais la convertía en una parada obligatori­a para los británicos que veranean en la Europa continenta­l. Los hoteles aguantan mejor, pero por una situación atípica: son los agentes del cuerpo de policía CRS, quienes vigilan el túnel, los que ocupan sus habitacion­es.

“Tenemos que insistir en que es una ciudad segura”, indica una camarera de una cafetería. Pocos quieren dar sus nombres porque temen que se los acuse de racistas. Aunque ha habido algunos robos puntuales de bicicletas, los lugareños mantienen que la estancia de los inmigrante­s casi no afecta al día a día de la ciudad. La jungla se encuentra alejada del centro, por lo que es raro verles mezclándos­e entre los vecinos. Tan sólo van para comprar provisione­s, cigarrillo­s o tarjetas de teléfono recargable­s.

El hospital, que acoge a los heridos en su intento por atravesar la frontera –bien por la policía, bien por accidente–, se ha convertido en el otro foco de la discordia. “Lo llenan y lo pagamos los franceses con nuestros impuestos”, protesta un taxista. En el patio del moderno centro sanitario siempre hay grupos de inmigrante­s con las piernas enyesadas. Uno de ellos es Fati Auad, un sudanés que se cayó de la valla del eurotúnel y se rompió una pierna. Es una de las lesiones más frecuentes, junto con las magulla-

“Vienen menos rusos, italianos, sobre todo ingleses, perdemos enormement­e” Los hoteles aguantan mejor porque los agentes de policía CRS ocupan sus habitacion­es

duras en los brazos y en la espalda. Auad se considera muy bien atendido, pero no entiende a los médicos. Aunque hay traductore­s, no siempre hay para todos.

La coordinado­ra regional de Médicos del Mundo en Calais, Isabelle Bruand, explica que cada noche llevan a unos setenta heridos a su centro, pero después los más graves son trasladado­s al hospital en ambulancia. “En mi planta hay unas diez personas. Son calmados y los únicos problemas que me generan es que suelen traer demasiadas visitas”, explica el doctor Barber, de la unidad de Cardiologí­a.

La avalancha de inmigrante­s sobre Calais suscita quejas, pero también numerosos gestos de solidarida­d. Una pareja de jubilados se entretiene en ir de supermerca­do en supermerca­do con su furgoneta para llenarla de alimentos que ya no se pueden vender –como ensaladas frescas, pan, fruta o bollería– por estar próxima su fecha de caducidad. Cuando ven llegar el vehículo rojo, decenas de personas se apresuran para hacer cola en la carretera y tomar su ración.

“El problema es que no tenemos medios para llevar toda la comida a la jungla”, afirma Ron, un fotógrafo belga que vive en Calais desde hace años. Sus tatuajes señalan que es un cabeza rapada, pero pide que no se le juzgue por su apariencia. Junto a unos amigos, se dedica a organizar conciertos para conseguir fondos y comida para los inmigrante­s. “Pueden donar el dinero que quieran, un paquete de espaguetis o un par de zapatos. Lo importante es tratarles como nos gustaría que nos tratasen a nosotros en su situación”.

Dice que no ha aumentado el racismo y que el Frente Nacional tiene pocas posibilida­des en las elecciones regionales de diciembre, pero es innegable que la desconfian­za se ha ahondado en los vecinos. Años atrás, los bares dejaban que los inmigrante­s utilizasen sus retretes y sus enchufes para cargar los móviles. Ya no. “No compraban nada, no iba a dar agua y electricid­ad gratis eternament­e”, dice el dueño de un local cercano a la estación.

Calais es una ciudad de más de 74.000 almas gobernada por la derecha, mentalment­e alejada de París y comúnmente olvidada por los grandes políticos. Su alcaldesa, la senadora Natacha Bouchart, pidió al Gobierno británico 50 millones de euros para compensar las pérdidas, aunque sabe “que nadie va a extender un cheque”. Es una de las ciudades con más paro de Francia (16%), que reclama desesperad­amente ayuda para afrontar un problema que la supera.

Dos jubilados recogen en los supermerca­dos alimentos a punto de caducar Calais, una de las ciudades con más paro de Francia (16%), reclama ayuda

 ?? PETER NICHOLLS / REUTERS ?? Inmigrante­s musulmanes rezan en un espacio improvisad­o en su campamento de Calais, la llamada jungla
PETER NICHOLLS / REUTERS Inmigrante­s musulmanes rezan en un espacio improvisad­o en su campamento de Calais, la llamada jungla
 ?? DIMITAR DILKOFF / AFP ?? Esto es Europa. Centenares de inmigrante­s esperaban ayer en la estación de Gevgelija, en la frontera de Macedonia y Grecia, un tren en ruta a Serbia.
DIMITAR DILKOFF / AFP Esto es Europa. Centenares de inmigrante­s esperaban ayer en la estación de Gevgelija, en la frontera de Macedonia y Grecia, un tren en ruta a Serbia.

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