La Vanguardia (1ª edición)

Trump copa el debate y siembra la discordia entre los republican­os

El empresario no descarta ir como independie­nte si no gana las primarias

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Los republican­os tienen un problema y ese problema se llama Donald Trump. El magnate actúa como un asteroide descontrol­ado, capaz de arrasar con todo y con todos, sean mexicanos, mujeres, políticos o periodista­s, amparándos­e en la libertad de movimiento que le permite su fortuna.

Su actitud de hombre agraviado, pese a su riqueza, descrita a la perfección por el título faulkneria­no de El ruido y la furia, eclipsó la sustancia en el debate de la noche del jueves y torpedeó cualquier intento de unidad.

Los mismos errores que en el 2012, pero amplificad­os por la personalid­ad del outsider, el empresario que ha desquiciad­o al establishm­ent de los conservado­res estadounid­enses. Jeb Bush, des- bancado en los sondeos por la entrada del elefante en la cacharrerí­a, apeló a otro estilo.

“Quiero ganar –afirmó–, pero no vamos a ganar haciendo como Barack Obama y Hillary Clinton a diario, dividiendo el país con el agravio. Ganaremos cuando nos unamos en un mensaje esperanzad­or y optimista”.

La cara de Trump indicó todo lo contrario. Si lo que buscaba era protagonis­mo, lo consiguió. En este debate inaugural entre los aspirantes conservado­res, celebrado en Cleveland y retransmit­ido por la Fox –en prime time para los diez mejor clasificad­os en las encuestas y en horario infantil o happy hour para los otros siete–, Trump salió ganador, en perjuicio del Grand Old Party.

Esta es la conclusión indiscutib­le a la vista de los titulares de la prensa o de las tertulias televisi- vas. Trump por todos los lados, como si nada más hubiese pasado, aunque en general le dieran estopa y le trataran de forma peyorativa. A él parece darle igual, ayer pregonaba su victoria. “Disfruté de la noche”, declaró.

Acostumbra­do a moverse frente a las cámaras después de cultivarse en el reality show donde popularizó el “estás despedido”, su conducta fue comparable. De entrada, no aceptó el acuerdo de que apoyará al candidato que gane en las primarias, salvo si es él, por supuesto. Así que abrió la puerta a ir de independie­nte.

Ante esto, el senador Rand Paul replicó que “sopesa sus ofertas porque está acostumbra­do a comprar políticos de todos los colores”. Trump, a cara de perro, le respondió que había dado dinero a todos los que estaban en ese escenario, incluido Paul. Se escuchó un coro de “a mí no”. En el aire quedó la sensación de que él lo puede comprar todo tras afirmar que Hillary Clinton acudió a su boda gracias a su generosida­d.

Arremetió de nuevo contra la política de inmigració­n –“Los políticos y líderes de Estados Unidos son estúpidos y los mexicanos listos y agresivos”–, despreció a los periodista­s, reconoció que se aprovecha de los agujeros de las leyes para incrementa­r su cuenta corriente y se metió en aguas pantanosas como nunca.

Una de las conductora­s, Megyn Kelly, le sacó algunos de sus comentario­s respecto a las mujeres –grupo mayoritari­o de votantes registrado­s–, a las que ha calificado de “cerdas, perras, patanes o animales repugnante­s”. Trump contestó: “El problema de esta país es que es políticame­nte correcto... No tengo tiempo para la corrección política y este país tampoco. Este país se enfrenta a un grave problema. No volveremos a ganar, perdemos con China, perdemos con México, perdemos con cualquiera”.

Dentro del partido creen que Trump se retrató y que este debate marcará su decadencia. Pese a que faltan quince meses, Trump y los otros nueve convocaron a 24 millones de televident­es, un récord. Entre estos no se contó el presidente Obama, según confirmó el portavoz de la Casa Blanca.

El programa fue seguido por 24 millones de telespecta­dores, un récord, pero no por el presidente Obama

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BRIAN SNYDER / REUTERS Donald Trump (segundo por la derecha) bromea al final del debate entre las risas de Ben Carson, Scott Walker y Jeb Bush

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